¡Qué grande la Chacha! En San Antonio Oeste supo recalar ese personaje

 

 

De todos los personajes geniales de Dante Quinterno, personalmente me quedo con la Chacha. Servicial siempre, sostén y ecónoma de la estancia, reina señorial de la cocina y descubriendo siempre las trapisondas de Isidorito.

Amiga de buena vecindad del capataz Ñancul, era el terror de Chiquizuel y Chupamiel. De pocas pulgas, siempre el desarrollo de los acontecimientos le daba la razón. Gran conocedora de las personas nunca se solía equivocar cuando emitía un juicio sobre ellas. Aún el mismo Patoruzito se tenía que doblegar ante sus razones.

Su vestimenta era la típica de aquellas trabajadoras rurales de la Patagonia a principios del siglo pasado. Su delantal de cocina era una prenda infaltable en su indumentaria. El cabello recogido en una moña y hasta con trenza y todo.

Los zapatos amplios y cómodos. Y a veces, cuando salía de la estancia, sabía lucir, muy coqueta, un lindo sombrero.

La escoba, no solo era su elemento de limpieza, sino que bien esgrimida era su arma predilecta y más temida cuando montaba en cólera, siempre con muy justas razones.

Fiel a Patoruzito, sin embargo se apreciaba que tenía cierta debilidad por Isidorito y a veces lo premiaba con comidas y postres.

La estancia era su ámbito cotidiano. Era raro que saliera de ella y cuando lo hacía era para comprar las provisiones necesarias, sentada en el pescante de un sulky, conducido invariablemente por Ñancul. Por no hallarse cómoda, casi nunca viajaba a las ciudades y menos aún a Buenos Aires.

Cuando se sabía enojar le salía humito por la cabeza y rezongaba que da gusto. Pero Casi siempre era debido a una causa muy justificada.

La Chacha, de alguna forma, era un arquetipo de las esforzadas mujeres del interior que vivían en establecimientos rurales como campos y chacras.

Su cocina era típicamente criolla, pero por supuesto que el plato que más gustaba eran las sabrosas empanadas, un verdadero manjar al paladar, con su aroma que solía despertar el hambre al más apático. Y era el plato, se sabe, preferido del niño Isidorito.

Y un detalle muy característico: La eterna pipa con sus bocanadas de humo. Infaltable en sus labios.

Cuando a veces leo algunas de aquellas revistas, ya de colección, busco algunas donde esté la Chacha, porque me transportan a los años de mi infancia y me alegran el momento.

Como una digresión un dato curioso: en la localidad de San Antonio Oeste había un boliche que supo hacer historia: se llamaba, justamente, “La Chacha” y tenía un hermoso dibujo de la misma. Lástima que ya no está.

Y para poner punto final a esta breve crónica con sabor a recuerdos, quiero exclamar: ¡Qué grande la Chacha!!

 

Texto: Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta (Río Negro)

 

 

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