Aquellos perfumes y colonias. Yo usaba el agua Velva Williams ¡Qué antigualla!

 

A veces abro el baúl de los recuerdos y en mi pasión de coleccionista de baratijas, suelo encontrar un frasco vacío de algún perfume o agua de colonia y me acuerdo invariablemente de mis padres. El vestir y la elegancia eran más cuidados que ahora. Ir con ellos al cine, por ejemplo, era todo un ritual: mi madre bien peinada y vestida y mi padre trajeado, con corbata y el pañuelo con dos puntas en el bolsillo superior del saco afeitado con esa fragancia a loción para después de afeitar que jamás olvidaré.

Y al abrir el baúl de la nostalgia me encuentro con la colonia Atkinsón, recordando que uno de sus frascos vacíos para mi fantasía de niño era un camión con el que supe jugar durante la convalecencia de una temprana enfermedad.

Y por supuesto que la preferida de mi madre, como de muchas amas de casa de aquellos años era la Colonia Nantes 555, cuyo maravilloso aroma todavía recuerdo con gran placer.

Y hablando de colonias y perfumes me acuerdo de una atrapante novela de suspenso que una vez leí hace ya muchos años: “El perfumista”, y allí supe de esas narices privilegiadas de los perfumistas franceses. ¡Oh, la mundialmente conocida y creo la más vendida: “Chanel N 5, un homenaje a la gran Cocó”.

En los almacenes de ramos generales de la región sur y en aquellas farmacias de antaño era muy común ver los frascos de la clásica “Mary Stuart”, con la reconocida imagen de la noble fémina.

Y también algunas clientas adictas solían encargar la exótica “Aromas del Cairo”, que Carlos Gardel, el Morocho del Abasto” recuerda en los siguientes versos: “Llega hasta mí aquel suave perfume / esencia de un país encantador / que me estremece el alma y recuerda / los goces de aquel viaje seductor”. Pregunto: ¿Sería como las letras de otros tangos lo que ahora se llama publicidad encubierta?

Yo, más moderno pero no tanto solía usar la Acua Velva Williams o en su defecto esa del barquito mundialmente conocida “Old Spice”. Ahora en época de vacas flacas suelo optar por la Algabo, más económica, pero regularmente la deliciosa “Internazionale” que viene en su llamativo frasco de color azul. Pero en un tiempo, en los años de mi juventud, prefería la siempre reconocible y muy de moda Colonia Crandall y todavía conservo algún que otro frasquito verde.

La marca Polyana tiene también un perfume muy fácilmente reconocible. Y ni hablar de las aguas de colonia inglesa, luciendo orondas en sus escaparates.

Hablar de los tapones de esas frascos agotaría varias notas, porque los había de todos como en botica: Redondos como bolitas, cuadrados, de formas caprichosas, en fin: toda una obra de arte.

Mi buena madre a veces solía alternar con la “Watteau”, generalmente fragancia “ambré” como le gustaba.

Podemos decir que los perfumes hablan de nosotros y de nuestros gustos, pero especialmente de nuestra personalidad. Eso sí, descartando las falacias de la publicidad, porque ya usemos el más barato o el más caro seremos siempre la misma persona.

El uso de la perfumería es tan antiguo como la historia del hombre sobre la tierra, y muy consumido entre egipcios, romanos y griegos, pero se está de acuerdo que fue en Francia donde supo alcanzar su mayor perfección.

Y recordemos el viejo refrán: “El perfume es como el amor, sólo un poco nunca es suficiente”.

Eso sí, después de escribir esta nota me daría mucha vergüenza después de afeitarme ponerme alcohol fino, aunque cumple una función higiénica muy efectiva.

Texto: Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta (Río Negro)

 

 

 

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