Creencias de tehuelches y mapuches: el árbol del gualicho. Embrujamiento o maleficio

 

La palabra Gualicho ha quedado incorporada al léxico popular como sinónimo ampliamente difundido de embrujamiento o maleficio, teniendo sus primeros antecedentes en este sentido en los pueblos originarios que poblaron y dominaron el Centro y Sur del país hasta fines del siglo XIX.

En esta cuestión se estima que existe una articulación y sincretismo entre elementos mitológicos provenientes de los tehuelches septentrionales y los mapuches en el gran espacio de lo que es hoy la pampa húmeda y la norpatagonia.

Posteriormente, el impacto de la llegada del hombre blanco, la desorganización de la vida en comunidad y el acelerado proceso de transculturización, posibilitaron que esas minorías autóctonas lograran en principio la afirmación de la identidad del Gualicho, especialmente en las áreas rurales, proclives por descendencia étnica a ese tipo de creencias.

Los altares del algarrobo

Esta manifestación de religiosidad o mitología fue adquiriendo distintas formas y consecuentemente variadas posturas propiciatorias y reverenciales a las que eran tan sensibles los mapuches y sus descendientes.

Uno de los más originales estilo de ofrendas y cumplimientos al Gualicho para aventar desgracias y asegurar prosperidad la brinda el coronel José Olascoaga, integrante del ejército de Roca, quien consigna: “Hemos pasado al lado de un árbol solitario y que al verlo de cerca llama la atención y curiosidad del viajero por una apariencia de frutos y botones de diferentes tamaños y colores que contienen todas sus ramas en cantidades incontables”.

También deja constancia que “al llegar al lugar se nota que los aparentes frutos son ataditos hechos de trapos y telas de todas las calidades dentro de los cuales hay pequeñas piedras, del tamaño de un garbanzo”, deduciendo que se trata de un árbol propiciatorio del Gualicho y que cada atado “consistía en ofrendas para evitar desgracias”.

Este árbol se encontraba a 30 kilómetros del río Colorado sobre el camino que  utilizaron los primeros pobladores para llegar a Fortín Mercedes y Bahía Blanca.

Testimonios de otros viajeros

El mismo algarrobo  fue visitado por viajeros, en 1829 por Alcide d’Orbigny  y en 1833 por Charles Darwin.

El explorador inglés anotó en su diario: “Vimos un famoso árbol al que los indios reverencian como el altar del ‘Walleschu’, que se yergue el medio de la llanura. Estamos en invierno y el árbol no  tiene hojas, pero en su lugar penden innumerables hilos de los que están suspendidas las ofrendas consistentes en cigarros, carne, trozos de tela y otros pequeños objetos”.

Finaliza Darwin afirmando: “Se ven alrededor del árbol las blanqueadas osamentas de los caballos sacrificados en honor del dios. Todos los indios hacen por lo menos una ofrenda y después quedan persuadidos de que sus  caballos serán infatigables y su felicidad será eterna”.

Las voces lugareñas

En el valioso trabajo de consultas a fuentes  orales de la región realizado por la ex directora del Museo de Patagones, Emma Nozzi, se pueden encontrar impresos en el libro “Voces del norte de la Patagonia (1860-1950)” numerosos testimonios de vecinos sobre distintos aspectos de la vida cotidiana en estos territorios sureños de Viedma y Patagones.

Y también referencias sobre el curioso árbol que se encontraba en el campo de Lorenzo Percaz sobre el que brindaron algunas opiniones lugareños que guardaban respeto por el árbol y creencias que se mantuvieron especialmente en la población criolla hasta las primeras décadas del siglo XX.

El nieto de Percaz, José Alfaro, recordaba que el Gualicho “era para la gente como la Virgen de Luján”. “No solo eran creencias de indios sino de cristianos y no solamente de paisanos o criollos. La gente dejaba sus ofrendas o simplemente lo veneraba en silencio”, señaló.

Fulgencio Goyenola había conocido el árbol del Gualicho entre 1911 y 1912. Informó  que “en aquella época se hablaba mucho del tema, pero yo nunca le di importancia a pesar de que algunos creían y otros le temían”.

Otro registro corresponde a Emma Abbate de Hildeman, quien estuvo allí en 1917, en la punta de rieles de Stroeder para encontrarse con parientes. Recordó que visitó el árbol de cuyas ramas “colgaban como ofrendas, pedazos de ponchos, boleadoras, y hasta alpargatas”.

Otro de los vecinos consultados fue Juan Coccé  en 1968, quien relató que en 1929 visitó el campo de  Percaz, y llegó a caballo hasta el algarrobo. “Allí pude  comprobar que todos los viajeros respetaban al árbol, tanto indios como cristianos para evitar el maleficio de esa especie de dios”.

Por su parte Juan Sebastián Mora, otro informante de Emma Nozzi, recordaba que hasta antes de 1930  generalmente debía hacer un alto para que los pasajeros de la galera,  que hacía el viaje Bahía Blanca-Patagones, bajaran y pudieran visitar el lugar.

Hoy el Gualicho ha ingresado en el terreno de las tradiciones y el folklore entre los descendientes de los pueblos originarios y un débil arraigo en algunos sectores de las poblaciones  rurales de Río Negro y Neuquén. (APP)

Texto: Omar Nelson Livigni, periodista de Viedma y Carmen de Patagones, director de la agencia de noticias APP

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