El viento patagónico: “Ni me suelto ni me atajo, soplar es mi religión y mi trabajo”

 

El escritor Eduardo Mallea, hijo ilustre de Bahía Blanca, en su libro “Historia de una pasión argentina” supo describir con emotivas palabras al viento del Sur. “A los pocos días –dice- me estaría meciendo, como un jugueteo torvo de quién sabe de qué paternidad tutelar, el sordo y constante ruido de las dunas –cada segundo desplazadas- , el clima versátil del país, el viento animal. Mi primer amigo fue el viento que venía del océano. Éste, imaginativamente, era para mis sustos, lobo; para mí deleite, perro. En mitad de las noches de invierno, el viento entraba en las vigilias de mi madre y velaba junto a ella, rugiente, mientras mi padre operaba solitario en chalets y despoblado, trabajando en la carne triste”.

La escritora rionegrina Silvia A. Montoto en su último libro, “En el andén” en un hermoso texto también dejó testimonio del viento, esta vez, éste, el nuestro, el patagónico.

“En el diario ritual cuando el sol se suicida en el agudo filo de los cerros, dejando su derrame de púrpura sobre el horizonte, un viejo habitante de la milenaria Patagonia, expresa su sentencia, surgida del oráculo de la sabiduría que le da su experiencia”

“-¡Soplará fiero el viento!…dice mirando el horizonte. Y el hombre no se equivoca… Ese cielo enrojecido se lo anuncia”.

“Ahora la noche ha caído lentamente extendiendo su negro telón, y son los oídos, los únicos privilegiados receptores del espectáculo… ¡Ha comenzado lentamente la sinfonía del ciento patagónico!

“En los juncos de la laguna, como un aria de flautas mágicas, se cuela inaugurándola sublimo sinfonía nocturna”.

“Y allá, en los cañadones, socavón natural de la montaña, replican los trombones que el viento remeda, en rítmico e incansable contrapunto”.

“Es el viento patagónico; ora música, ora dolor, ora caricia en los arenales… y en los surcos abiertos como heridas, el esperma del viento deja la semilla de los abrojales”.

“Y sigue su ronda por la noche inconmensurable  con ojeras de estrellas. Una luna ambarina que ensombrecen deshilachadas nubes pasajeras, lo saluda en cuarto menguante…El corre, corre hacia el mar sin tregua para ensamblar su rumor de aguas enloquecidas, el propio rumor de su garganta trasnochada y con la caricia afiebrada del amante despeina las dunas y las desarma con su fuerza brutal”.

“Y la noche sigue allí, esperando la brisa que acaricie su cuerpo de mujer. Ella vela las frondas donde renacerán los trinos de la aurora, pero el viento se acerca y en su arrogancia, la sacude, la lleva más allá de las sombras y con urgencia de macho en entelequia brutalmente la viola… Y allí se queda la noche, boca arriba, entre arrebol y lágrimas. Bajo su cuerpo herido, se tiñe lentamente la sábana pálida del amaneces”.

“El viento patagónico ha aplacado ya su instinto…ahora e en la llanura. Ha concluido el vendaval y el sol abre su ojo vigilante sobre el horizonte. Todo está en calma”.

La maravillosa pluma de Silvia ha dejado una acuarela de nuestro viento patagónico. Ese viento que para el gran poeta de Lamarque, Floriano López, era su amigo, como para Mallea.

Dice Floriano en su poema: “Silbando llega del este, / del sur o de cualquier lado, / pero si silba en mi alero/ ya me siento acompañado.  A veces se mete adentro/ del pobre rancho agujereado/ y se queda en remolinos/ junto al fogón apagado.  A veces, pasa de largo, / como si fuera apurado/ y me vuelvo a quedar solo/ pensando nomás, cansado.  El viento, único amigo, / que llega a este descampado/ trae ensilladas nostalgias/ pa dejarlas a mi lado.  De tarde suele caer, / pucha si habrá galopado/ trayéndome solo tierra/ o un aguacero enancado.  Cuando yo me quedo solo/ muchas veces lo he pensado/ amalhaya, corra viento/ pa sentirme acompañado”.

Elías Chucair, como buen patagónico, en tres estrofas también le cantó al viento: “En el garabato de las matas/ retuerce su canto el viento/ como expresando dolores/ que viene alzando de lejos.  Por eso cuando lo escucho/ no maldigo nunca al viento/ no comprendo lo que dice/ pero algo me está diciendo.  Quizás en ese lenguaje/ que ninguno le entendemos/ está hablando de las cosas/ que a su paso estuvo viendo”.

Yo, por mi parte, que como a Mallea también me acunó el viento bahiense y luego el patagónico, supe dedicarle algunos poemas: “El vientito patagón” que con música de Raúl Krenz tiene formato de canción: y para espigar este “Rock del viento”: “No me canso de soplar/ y donde quiero me voy/ Soy un poco forastero/ cuando me suelo enojar/ al árbol hago inclinar/ de puro malo que soy.  Las piedras suelo llevar/ cuando silbando me voy/ hasta saco algún sombrero/ cuando quiero despeinar/ al pájaro hago arrutar/ cuando vengo y cuando voy.  Al coirón lo hago doblar/ cuando mal dormido estoy/ y no me siento extranjero/ en mi tierra y mi lugar/ la Patagonia es el hogar/ que me explica lo que soy.  Yo soplo porque soplo/ y al hombre hago doblar/ la fuerza se probar/ del más aguantador/ porque soy un servidos/ de lo que gusten mandar.  Al molino lo hago andar/ y no cobro por mi trabajo/ ando libre y a destajo/ y nadie me puede arriar.  Ya sea viento o ventarrón/ a todos los aventajo/ y sueno como el badajo/ andando en el cañadón.  Soy el viento patagón/ ni me suelto ni me atajo/ soplar es mi religión/ mi mandato y mi trabajo”.

Texto: Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta

Título original del autor: EL VIENTO PATAGÓNICO  CUANDO CORRE, CORRE – HAY QUE PONERSE PIEDRAS EN LOS BOLSILLOS.

 

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