Que vuelvan los barriletes. Uno de los elementos más queridos de la infancia

 

“Desde chico yo tenía en el mirar / esa loca fantasía de soñar / fue mi sueño de purrete / ser igual a un barrilete / que elevándose entre nubes / con un hilo de esperanza sube, sube y sube.  Y crecí en ese mundo de ilusión / y escuché sólo a mi pobre corazón / más la vida no es juguete / y el lirismo en un billete sin valor”. Sentidos versos de Eladia Blásquez donde glosa a uno de los juguetes más queridos de nuestra infancia.

En mis años infantiles transcurridos en las calles del barrio La Falda de la ciudad de Bahía Blanca los maravillosos barriletes ocupan nuestras horas en su confección y junto con las bolitas, las payanas, las figuritas y las pelotas Pulpo ocupaban un lugar preferencial. Años como dice Eladia de sueños simples e inocentes: jugar al rango, a la escondida, al hoyo pelota, con el carrito de rulemanes y con toda nuestra ilusión que el tiempo y la modernidad años después se ocuparon de arrumbar en el desván de los trastos viejos. Sin embargo…

Se dice que “los cometas o barriletes son de remoto origen y fueron usadas por varios pueblos asiáticos, en especial en la China, y en el antiguo Egipto. Se dice que fueron inventados por el griego Arquitas de Tarento (sur de Italia) en el siglo V a.C. Sin embargo, también se sabe que tienen origen prehistórico en los pueblos asiáticos”. Y además de diversión servían Para varios otros motivos como para enviar señales a grandes distancias.

El enigmático escritor Lobsang Rampa afirma que el uso de barriletes de colorida confección y gran tamaño entró desde la China al Tíbet y en su estructura podía caber una persona. Por otra parte en Japón los monjes budistas los usaban como talismanes.

Este tradicional juguete de larga sobrevida es conocido también como papalote, petaca, culebrina, milocha, papagayo y volantín, entre otras denominaciones según  sea la zona y el país.

Unos de los preferidos en el barrio eran los llamados bomba y estrella, que amorosamente con la ayuda de nuestros padres sabíamos confeccionar por las noches, durmiendo con ellos llenos de ansiedad para probarlos al otro día.

Si bien se hacía con papel de diario lo indicado era comprar el fino, liviano y colorido papel para barrilete que se sabía vender en jugueterías como también el ovillo del hilo respectivo. A éste último lo llamábamos piolín. Lo del engrudo era todo un tema y temido por nuestras madres porque le utilizábamos haría a toda discreción. A unas dos cuadras en un terreno baldío nos proveíamos de las cañas que luego se cortaban por la mitad.

Lo de la cola era tal vez la parte más delicada del artefacto porque del largo de la misma dependía la altura del remonte. Teníamos la peregrina idea que colocando en la misma hojitas de afeitar podíamos cortarse el hilo a los otros competidores.

Y lo más importante y temido: el señor viento como también los cables del tendido eléctrico donde muchas veces quedaban colgados muy orondos para nuestra tristeza.

Según la más clásica de las definiciones: el cometa es un artefacto volador más pesado que el aire, que vuela gracias a la fuerza del viento y a uno o varios hilos que la mantienen desde tierra en su postura correcta de vuelo”.

A veces, en las maravillosas playas del balneario Las Grutas se saben ver hermosos barriletes en el cielo compitiendo con las gaviotas, los loros y los parapente. Eso sí ya no de fabricación artesanal sino comprados en las jugueterías, con vistosas formas y colores.

“Yo quise ser un barrilete / buscando altura en mi soñar / tratando de explicarme que la vida es algo más / que darlo todo por comida / y he sido igual que un barrilete / al que un mal viento puso fin. / No sé si me falló la fe, la voluntad, / o acaso fue que me faltó piolín”.

Texto: Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta (Río Negro)

 

 

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