Aquellas hermosas bolitas. Éramos felices con esos juegos, ya desplazados por la modernidad

Yo vengo de una generación que era feliz con esos juegos infantiles que hoy fueron desplazados irremediablemente por una modernidad que se impone en forma implacable.

Y al traer a la memoria esos viejos juegos de nuestra infancia uno se emociona: las payanas, el hoyo pelota, el carrito con rulemanes, los barriletes, las figuritas y sobre todo el reino de las bolitas, también llamadas canicas, que eran conocidas desde la antigüedad y que Alejandro Dolina, entre otros, supo glosar en algunas páginas imperdibles.

Su origen, se cree, aparentemente se remonta hasta el Antiguo Egipto y la Roma pre cristiana.

Según una definición “una canica es una pequeña esfera de vidrio, alabastro, cerámica, arcilla, metal, cristal, acero, piedra, mármol, madera o porcelana que se utiliza en diversos juegos infantiles. También se denomina así a algunos juegos en los que se utilizan las canicas. Estos juegos son prácticamente universales y aunque existan muchas variantes, la esencia es casi siempre la misma: lanzar una o varias canicas para intentar aproximarse a otras o a agujeros. Objetivo: Cuando se gana una mano se suelen tomar las canicas del otro jugador o de los jugadores contrarios”.

“Además de cómo juego, las canicas son muy utilizadas para uso industrial, siendo principalmente en el interior de los envases de aerosoles y rodamientos”.

Se las suele llamar: “tolonchas, bellugas, boliches, bolinchas, bolitas, caicos, boles, caniques, bolillas, pepitas, cristalas y otras muchas más según la zona del país”.

Las hubo y las hay de todo tipo y color. Yo recuerdo a las japonesas, que son de vidrio transparente en cuyo interior hay un espiral de colores vivos; las lecheras, enteramente de color blanco; y también los maravillosos bolones, patrones indiscutidos del juego.

En el barrio La Falda de la ciudad de Bahía Blanca cuando era niño supe tener varias que cuidaba celosamente pero que perdía casi siempre cuando jugaba en los recreos o en horas de la tarde en las veredas que eran de tierra.

Recuerdo que la madre de un vecino que vivía enfrente de nuestra casa me regaló una gran colección de lecheritas impecables que atesoré por varios años. ¿Dónde estarán ahora?

El juego del hoyito era el más común pero también la troya. En este último “se dibuja un círculo sobre la tierra y dentro de él se colocan las canicas apostadas. Los jugadores por turno van lanzando sus bolitas hacia el círculo, buscando sacar las que están dentro de él, de modo de quedarse con ellas. Si una canica queda dentro del círculo, esta pasa a formar parte de las demás canicas que quedan por disputarse. El juego termina cuando todas las bolitas han sido sacadas del círculo”.

También se sabía jugar al triángulo, a los hoyitos y la cuarta, cada uno con su propio reglamento, según sea el país.

En mi barrio estaba terminante prohibido jugar con los indestructibles rodamientos de los rulemanes, que solían partir a las comunes.

También recuerdo unos de plástico que en su interior tenían fotos de los jugadores de fútbol y que generalmente era piezas de colección. ¿Quedarán algunas?

Me quedó también muy grabado en la memoria que durante los años cueles de la citadora solíamos tirar bolitas sobre al asfalto al paso de la policía montada. También era piezas apropiadas para cargar nuestra hondas, más efectivas que las piedras.

En fin, yo ya pasado los setenta años, hago hoyo y quema y me gano una bolita. Y feliz termino esta breve crónica.

 

Texto: Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta, Río Negro

 

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