El rol de las pulperías en la llanura pampeana. “Un refugio obligado para la paisanada”

Sin duda alguna, las pulperías cumplieron un importante rol desde que comenzaron a instalarse en la llanura  pampeana en los albores del 1.600 convirtiéndose en refugio obligado para la paisanada, lugar de encuentro para los momentos de ocio y el esparcimiento, como también para el aprovisionamiento de distintas necesidades.

Antes de referirnos a las actividades que los paisanos podían llevar a cabo en las “pulperías”, hablaremos primero de los  orígenes de su denominación. Una de las versiones hace mención a la desvirtuación de una expresión proveniente de México, que denominaban “pulquería” al lugar donde se reunían a tomar “pulque” bebida parecida al aguardiente, mientras otros sostienen que tiene origen en la voz nativa, “pulcú” también bebida obtenida de la fermentación del maíz, otros estudiosos se inclinan por la expresión española  “pulpear” que lo aplicaban a comer bien o hacerlo en base a carne sin hueso, o sea solo las pulpas, expresión que había llegado desde el Uruguay.

Otro escritor y estudioso como Jorge Bossio, en su libro “Historias de pulperías”, sostiene que como esos negocios eran regenteados inicialmente por españoles que en su tierra despachaban  “pulpos curados”, consideran que de allí viene el nombre que identificaba a esos lugares

Más allá de los distintos orígenes de la denominación del principio, “Las pulperías” fueron sumando productos para expender  y al despacho de bebidas se fueron agregando rubros como yerba, tabaco, legumbres, cueros y además se sumaron mesas y bancos para que los parroquianos disputen algunas partidas de naipes.

Una particularidad distintiva y que es mencionada invariablemente en la mayoría de los escritos, libros o artículos relacionados con estos negocios, es  la dimensión del mostrador, bastante amplio o ancho y la presencia de una reja que separaba al pulpero de la clientela.  Según quienes hacen referencia a este detalle, coinciden en que el objetivo de la reja y el ancho del mostrador, tenía como propósito principal proteger al despachante o “pulpero”,  que de esa forma se mantenía prudentemente alejado de los parroquianos, entre los que, “los había de todas layas” afirman historiadores y costumbristas.

Estos, cuando se excedían en el consumo de alcohol, un matrero con malas intenciones o a raíz de alguna controversia entre ellos y echaban mano a su infaltable cuchillo, no les era posible emprenderla contra el “pulpero” por lo ya señalado, el ancho del mostrador y la reja que obligaba a mantener distancia. Las “pulperías” paulatinamente fueron incorporando productos de consumo y otros elementos para sumarlos a la actividad, por ejemplo, cancha de bochas y taba, campo para carreras de sortija, carreras cuadreras y porque no una guitarra, que invitaba a algunos a despuntar el vicio.

La incorporación de estas instalaciones posibilitaban entonces un mayor movimiento de paisanos que no sólo concurrían a tomar un trago, comer algo o adquirir algunos de “los vicios” que así también identificaban al tabaco, la yerba o alguna bebida, sino que  lo hacían para distraerse y probar suerte en los juegos.

De tal forma que el lugar, “la pulpería”, se convertía  en centro de reunión social y escenario propicio  para los aficionados a la música y el canto, al igual que los amantes del baile.

La variedad de actividades que los asistentes podían desarrollar en aquellas “pulperías”, convertía a esos lugares en un centro social, que si bien surgieron para asistir a troperos, arrieros, peones y viajeros, con el tiempo y la incorporación de distintos elementos que posibilitaban o facilitaban la realización de juegos, distracciones y entretenimientos se transformaron en una especie de Club Social.

Con el advenimiento de las pulperías aparecieron también algunas disposiciones que aunque parezcan tenían sus razones, no eran bien vistas, por ejemplo durante la Campaña al Desierto de Rosas, éste había dictado un decreto u ordenanza que no se le permitía a “los pulperos” servir bebidas con alcohol a “indios” y “negros”.

Por otra parte, en 1788 cuando se abrieron estos negocios en la ciudad de Buenos Aires, el intendente Francisco de Paula Sanz exigía que se instalara un mostrador en la puerta de sus despachos para impedir que los parroquianos se instalen en el interior del negocio, a efectos que compraran y se fueran, impidiendo las reuniones dentro del local para cantar y guitarrear.  Por lo bajo, sin embargo se decía que se trataba de evitar que se reunieran delincuentes y se produzcan enfrentamientos o peleas.

Nadie pudo dar una explicación precisa respecto a los grupos que en forma misteriosa aparecieron en la ciudad y destrozaban los mostradores ubicados en la puerta de acceso a la “pulpería” y el único argumento escuchado lo vinculaban con el clima lluvioso de la ciudad, que impedía que se atienda al aire libre.

Pero por más órdenes, medidas, ordenanzas y leyes para evitar las reuniones en el interior de las “pulperías”, guitarristas, cantores y poetas se las arreglaron para hacer conocer sus coplas, como las composiciones que exaltaban el espíritu independentista y entre ellos el más conocido de estas expresiones fue Bartolomé Hidalgo con sus cielitos que transmitían el estado emocional de los criollos porque nacían del alma del pueblo. Con el tiempo las “pulperías fueron sufriendo la transformación que proponía e imponía la época y entonces se fueron convirtiendo en almacenes, tiendas, despachos de bebidas y comidas, cafés, confiterías y casas de comida y solo perduran como testimonio de un tiempo que se fue en suburbios o en zonas rurales.

Debemos destacar no obstante que “las pulperías y el pulpero” fueron parte destacada de la historia nacional y mantienen la aureola y porque no, testimonios de la inmensidad anónima de hombres e instituciones, asi como fueron testigos de la aparición de grandes payadores, entre otros Gabino Ezeiza y José Betinoti. En una de esas “pulperías” cercana a Carmen de Arecó, Ricardo Güiraldes conoció a Segundo Ramírez inmortalizado en la novela del escritor con el apellido Sombra.

Para concluir, digamos que hay mucha bibliografía sobre las “pulperías” entre las que se habla de las más destacadas o conocidas, porque son mencionadas en distintas composiciones. Entre quienes se han ocupado del tema debemos mencionar a Don Carlos Antonio Moncaut, quien además de abrevar en numerosos libros, también se refiere a sus propias averiguaciones obtenidas recorriendo antiguos caminos de la llanura pampeana.

Texto; Eduardo Reyes, escritor y periodista de Viedma

Las Grutas  –  Río Negro

 

 

 

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