Recuerdos de Valcheta. El  Castillo de Asconapé, la vieja estación, aquellos personajes

 

Yo recuerdo muchas cosas de mi pueblo. Debe ser porque a cierta edad uno vive casi de recuerdos, de imágenes pasadas, de anécdotas que quedaron para siempre en el imaginario de los vecinos.

Recuerdo, por ejemplo, la llegada de los trenes a la estación ferroviaria y la fila de autos estacionados esperando el arribo, donde solían hasta venir, además de los pasajeros y la encomiendas, los diarios de Bahía Blanca y Buenos Aires –eso sí- dos o tres días después. Y aquellas revistas que después venía don Said Mortada y que esperábamos con ansiedad. Esa estación era una fiesta. El famoso tren Los Arrayanes pasaba de largo. Y el siempre recordado Tren Blanco arribaba siempre a horario como  lo recuerda el maestro Carlos Espinosa. Mi tío Pérez, don Lázaro, Emir Martín, los changarines, los recorredores de vías, y tantos hombres del riel que amaban su trabajo.

Recuerdo los asados populares para las festividades que reunían a todo el pueblo; las guitarreadas en el viejo Hotel de Rada glosado por Tatano Lucero con amigos entrañables como Eduardo Gómez, Raúl Lorca, Emilio Victorica y tantos otros, cuando la luz se cortaba a las doce de la noche.

Por eso “calor de vino y una vela que alumbraba”, como dice la canción; recuerdo a Eduardo Gómez bajo la alameda de nuestra casa de entonces dedicándole a mi madre una canción; las salidas por las noches a cazar perdices que después se hacían en escabeche; los bailes en el Club Tigre amenizados por la Agrupación Juvenil; las partidas de billar y de bochas; las ramadas en lo de doña Elvira Espinosa todos los 18 de septiembre con las picantes empanadas chilenas; a don Ángel Bellini conduciendo su bicicleta sin poner las manos en el manubrio; el loro de la Tota Tissot cuando arreglaba radiadores; el Chevrolet 400 del siempre recordado Manuel Marileo; la “Agrupación Vallecito” de Irma Uircaín; el fragor en la herrería de Berbel; los que disfrazados de fantasmas asustaban a los incautos por pura diversión; las charlas sobre deporte, política o temas culturales en la “Azul y Oro” con Horacio Camina de quién aprendí mucho; la amistad con  aquellos profesionales como el siempre recordado doctor en medicina Raúl Fernícola, con Alí Cacho Zaher, médico y odontólogo, que medía la anestesia fumando un Particulares 30; Con la amiga Rosario Gallart Abuyé, también médica; con Ernesto Palombi, amigo entrañable.

Yo me pregunto esos amigos valcheteros ¿dónde andarán? ¿Ese pueblo más chico pero hermoso donde se habrá ido?

Los maestros de aquel entonces; los fotógrafos como Héctor Mónico Muñoz y Alfonso Román; la hombría de bien de mi tío Máximo Redaelli; aquellos personajes como “la Vicenta”, “Romero”, y después “el general Ibarrola”, “Pachanga”, y el bueno de “Rosalino”.

Recuerdo a Egidio Voltolini repartiendo en forma domiciliaria la leche; los panes árabes de la panadería “La Industrial”; las películas en el cine de Yahuet donde el Elío vestido con un trajecito caminaba por los pasillos; los bares donde se tomaba “la gancia”; los partidos clásicos de Tigre-Quilmes; a don  Gerónimo Carranza con su bandoneón; a don Cabral tallando la piedra; las charlas con doña Josefina Gandulfo Arce de Balllor y sus libros; la Estanciera de don Lázaro cuando vendía fideos Manera; la de Mirovsky; el Mercedes Benz del comandante Eduardo Sheller Alric; el doctor Pizarevsky; “Play Boy y “La Tablita” donde la rata Juanita se paseaba por el piso con la anuencia de Gamero; el pintoresco castillo de don Julián construido por el maestro Villacorta.

Recuerdo el “Pozón de Moraburu”; “La Porlita”; el choique de Riquelme andando por la ribera; las fiestas de los libaneses con sus comidas típicas; mis charlas con el Padre Rafael Salam en la vieja casa parroquial donde ahora está Radio Luján; la FM “Mega” de Medano-García; la propaladora callejera de la familia García; las primeras casas de IPPV entregadas por el entonces gobernador don Mario José Franco; los tulipanes en el jardín  de la casa de doña Elvira Marco; los injertos de don Ángel Bellini; las partidas de ajedrez en el Tigre; el Padre Greber haciendo el trayecto hasta el Valle Medio en bicicleta, que sabía poner la carne para conservarla en el arroyo; Don Julián Asconapé y su tropilla “La Fortinera”; los petisos en la chacra de Rada; la cocina económica del Hotel Marón; el surtidor en la esquina de la casa de don Jacinto Direne; las anécdotas de Aníbal Berbel; el quiosco de don Bartolomé Reyes donde vendía sus siempre recordados billetes de lotería; las carreras de caballos en el Hípico; las proezas del “Barredor”; las camisetas de Tigre que trajo don Remigio Cabrio; la flor en la boca del “Negro”, pero del Rada nuestro; las viejas peluquerías donde “se le encontraba la coyuntura al pelo”; las partidas de mus siempre polémicas; la cancha de básquet y la pista del Recreativo.

Miro una foto actual de Valcheta de noche. Está grande y extendida, pero sus raíces y si idiosincrasia es la misma.

¿Será cierto que vivimos de recuerdos? No lo sé. Pero vale la pena acordarse de aquellos tiempos donde fuimos felices sin saberlo.

Texto: Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta

 

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