¡Cómo es vivir en mi pueblito! Eso decía mi viejita cuando veníamos por la ruta 23, Línea Sur

 

¡Mi pueblito! ¡Cómo lo quiero a mi pueblito!…solía exclamar mi viejita cuando veníamos ya cerca, por la ruta 23, y comenzaban a verse los picos de las arboledas que visten de verde a mi terruño. Y aunque ella ya estaba viejecita y sabía que llegaba para estar casi todo el tiempo en su casa, casi sin salir a ningún lado, pero allí estaba su casa, con sus colores, sus olores: sí, sus olores, porque cada casa tiene su aroma, su olor característico que la diferencia de cualquier otra y que también hace que la recordemos y añoremos cuando viajamos.

Además, allí estaba su jardín, sus queridas plantas y flores que tanto había cuidado en tiempos en los que su cuerpo todavía lucía fuerte; en tiempos del hermoso cardón, que daba una flor de solo un día y de una belleza inenarrable; los claveles, los rosales y esa hilera de tulipanes de múltiples colores que iban desde el blanco hasta el llamativo negro, pasando por las más diversas tonalidades.

Mi viejita ya se marchó hace años, también mi viejito partió. Pero quedó ese halo que nos ilumina y nos acompañará por el resto de nuestros días. Entonces ¿cómo irse? ¿Cómo partir?…Si, como dice el genial Nano Serrat en su “Pueblo Blanco”: …”si yo pudiera unirme a un vuelo de palomas y atravesando lomas, dejar mi pueblo atrás; juro, por lo que fui, que me iría de aquí, pero los muertos están en cautiverio y no nos dejan salir del cementerio”.  

Y claro, ¿qué duda cabe? Si donde nacimos y crecimos, donde tuvimos los primeros amigos; donde rodó la pelota, la Pulpo, de goma, o ¡el primer fútbol de cuero! o, cuando no lo teníamos, la bola hecha con medias viejas. También las bolitas, los aros guiados con alambre, las carreras con cubiertas, ¡“la tapadita”, con aquellas figuritas redondas de cartón con las imágenes de los jugadores de fútbol profesional que tanto admirábamos! La escondida, la liebre; las inolvidables escapadas, mientras la vieja dormía la siesta, al arroyo, al bañadero de Martínez y al bañadero de Mussi , con Rubén (que era el líder de toda travesura), con el flaco Canaleta, el Ruso y unos cuantos pandilleros más, cruzábamos el puentecito peatonal de madera y ya estábamos en el Pozón de Martínez.

Allí, a pocos metros, comenzaba la chacra de Mussi, en la que alguna vez nos pillaron robando cerezas y la escapada fue pavorosa: todavía hoy recuerdo que me pesaban las piernas, como en aquellas pesadillas en las que no conseguimos escapar de nuestros perseguidores y hasta sentimos que nos atrapan esas manos asesinas, hasta que despertamos de esa angustia sudorosos y asustados.

Luego llegaría la pubertad, momentos de enormes dificultades en los cuales estamos dejando la niñez, pero nos angustia y desacomoda ese vacío que nos separa de la adultez, por lo que solemos hacer o decir insolencias, que no son otras cosas que las expresiones de nuestros miedos, inseguridades e incomprensiones. Luego, a partir de ese desacomodo de nuestras ignotas vivencias, cometemos la mar de tropelías, de las cuales seguramente luego nos arrepentimos. ¡Y vaya si nos arrepentimos!, al punto que algunas aberraciones y furcios  quedarán en algún rinconcito de nuestra memoria para, al menos, recordarnos que somos sencilla y penosamente humanos. Y no vanagloriarnos  estúpida y cínicamente con aquello de “No me arrepiento de nada.

Volvería a repetir todo lo hecho”, que tanto escuchamos. Farsa, miserables trocitos de comedia humana, porque ¿quién no guarda un aplazo, una mancha –o muchas- en su archivo?

¿Cómo es vivir en Valcheta, me preguntás? Bueno, es lo antedicho y mucho más. Es, luego, la adultez, con todos sus bemoles, con aquellos amigos que crees haber elegido para siempre. Es la divisa que has decidido defender. Es ¡Tigre, la azul grana! , es Horacio Camina y su conducción de ese grupo de jóvenes deportistas, es también el “Viejo Lobo de Mar”, Ernesto Lai. Inolvidables dirigentes paternales que tanto nos ayudaron a caminar esta huella sin malas artes.  También es la gran duda de si debo quedarme o marchar en busca de nuevos horizontes. Es el casamiento, los hijos; el aprendizaje eterno de cómo ser un buen padre, y sentirse, a veces, recompensado; y fracasado penosamente, muchas veces.

Es el amor al paisaje, al arroyo ( del cual siempre decimos orgullosamente que aquel que bebió de su agua, siempre volverá), a la rivera que cobijó algunos de nuestros primeros amoríos; es el aroma de los mimbres y sauces llorones, el sublime cantar de las calandrias y el bullicioso trajinar de los horneritos; es el alboroto recalcitrante de la lorada en las plazas San Martín y Roca; es el Paseo de la Familia y es el Paseo de la Mujer, a la vera del arroyo regalándonos su sublime belleza; es el Cerro de la Cruz y su panorámica espléndida.  

Es Chipauquil y sus paradisíacos paisajes, plenos de vertientes de purísimas y templadas aguas, que lo hacen un soñado Edén.  

 Es los recuerdos de Don Gerónimo y su bandoneón, y su bonhomía; es Juancito y su guitarra, la que era como una continuación de su cuerpo; es Eduardo con su viola riojana y su corazón valchetero, merecedor de aquellas letras del poeta “era un jilguero, prendido al diapasón”: Ellos se fueron de gira llevando su entrañable música al infinito.

Es Tatano Lucero con su guitarra y sus canciones plenas de amor a su pago y hermosas remembranzas de un pasado nostálgico. Es Jorge Castañeda, amigo del alma, con el que compartimos tantas cosas, con algunas disonancias (como debe ser) y mucho en común, y es Irma, su esposa, con quienes comparto comidas y amenas charlas desde hace cinco lustros.

Son mis hermanos, compañeros de ruta en distintos momentos de mi vida.  

Es Moni, mi compañera y es Uriel, mi peque que ya cumplió nueve y que me da nuevas energías cada día. Y son Federico, Alejandro, Luciana y Fernando, los hijos de mi primer matrimonio, que aunque están lejos, son parte de mi paisaje.

Valcheta es eso y muchas cosas más, que no cabrían en este opúsculo hecho de apuro y que, estoy seguro, mañana deberé agregar muchas cosas, momentos y personas que son parte de la pregunta “Como es vivir en Valcheta”.

Por todo esto, y por todo lo que expresa un poema que te adjunto, es que me despido invocando las expresiones de mi querida viejita: ¡VALCHETA, CÓMO LO QUIERO A MI PUEBLITO!  

Texto: Daniel Lorca

 

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