Valcheta y los bichitos de la tierra. “Mascotas que quedaron en la memoria de vecinos”

 

Valcheta, como cualquier otro pueblo que se precie, tiene sus animalitos (a veces llamados mascotas) que han quedado para siempre en la memoria de los vecinos.

Tal vez el más famoso de los equinos sea el caballo de carrera el “Barredor” que supo pertenecer a la familia Cabrio y que dejó una leyenda en todos lados donde corrió, sea en cuadreras o en hipódromos de la zona.

De la familia Direne se recuerdan la “Muñeca Brava” y el “Churrinche”, pingos fieles que aún todavía hoy se recuerdan.

En Chipauquil estaba el famoso “Bomba” que sabía cuándo no podía pasar un charco y le movía negativamente la cabeza a su jinete, según comenta el Chancho García.

El siempre recordado amigo Riquelme solía tener un choique que deambulaba por la ribera del arroyo y perseguía a los desprevenidos peatones dándoles un susto de padre y señor mío.

El querido rudo Gerónimo Alles supo tener unos hurones amaestrados y dos hermosos zorrinos que se sabía subir a los pies de su dueño.

Y ¿Quién de Valcheta no se acuerda del hermoso guacamayo que en chacra tenía la familia Voltolini? ¿Acaso no es cierto que la Tota Tissot, que sabía reparar radiadores de auto, solía pasear por las calles de Valcheta con su pintoresco loro al hombro?

La doctora Rosario Gallart Abuyé con su esposo Rubén Danilo Portela sabían tener como dos habitantes más de su casa a dos tremendos perros  dogos (macho y hembra) de regular alzada, que eran el terror de los pacientes. Una de sus cachorras me fue regalada y respondía al nombre de Diana. Hermosa.

Si uno acaso visitaba la casa de Sixto Guereñú se asombraba por la gran cantidad de canarios que tenía que cantaban que era un gusto como los turpiales y otros pajaritos que había según García Márquez en la aldea de Macondo.

Cuando yo era chico el querido cabezón Reyes me sabía cazar cabecitas negras y me los regalaba.

Mi amigo, el excelente artesano de la madera, don Rodolfo José Astrada en un tambor de 200 litros sabía alimentar amorosamente  un  piche, hasta que una noche algunos amigos de cuyo nombre no quiero acordarme se lo cambiaron por uno recontra flaco para la desagradable sorpresa de Rodolfo, que siempre recordaba este infausto hecho.

Gamero, uno de los personajes de Valcheta que supo dejar miles de anécdotas risueñas, cuando atendía el comedero de “La Tablita” tenía de mascota para susto de los parroquianos una muy pequeña y vivaracha lauchita que respondía al nombre de “Juanita”.

Yo, para no ser menos supe tener una gata muy mimosa que sin mucho ingenio bauticé como “Micha”, que supo acompañar mis días de juventud. Perros tuve varios y solamente nombro a una pequinés llamada “Laika” a la que cuando supo finar di cristiana sepultura en el fondo del patio.

Mi madre que tenía un apetecible gallinero tenía de mascota personal una gallina muy inteligente  que a la mañana cuando ponía un huevo cacareaba y picoteaba la puerta de la cocina hasta que mi buena madre iba a retirar el huevo.

Hasta una paloma herida supe vivir varios días adentro de la casa hasta que pudo otra vez remontar vuelo pero la ingrata no regresó nunca más.

Conejos hubieron muchos y hasta sapos y tortugas, no faltando incluso un cuis.

Para finalizar esta acotada crónica no quiero dejar de mencionar al puma de Amestoy en el paraje de Aguada Cecilio y el guanaco de la estancia “El Rincón” en Chipauquil.

La escritora Josefina de Ballor los llamaba “los bichitos de la tierra” y así quise titular esta escueta crónica, donde los vecinos memoriosos se acordarán de muchos animalitos más.

Texto: Jorge Castañeda

Escritor –Valcheta

 

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