“Ando jodido de los caracuses”: Remigio, puestero en una estancia de la Línea Sur

 

Remigio Rosales es puestero en una estancia de la Región Sur de Rio Negro, donde vive solo, rodeado de un par de perros, algunas aves de corral, un lote de cerdos, unos pocos corderos, un ternero guacho y dos caballos con los que diariamente sale a recorrer el campo.  Si bien se ocupa de todos los animales que lo rodean, como así también de los rebaños de lanares y  vacunos que pueblan las extensas tierras de la estancia “Los Coirones”, Remigio le presta mayor atención y cuidado a sus caballos.

Sabe que ante alguna circunstancia imprevista, adversa, peligrosa o de riesgo, sus caballos son su reaseguro.  Por ello, se preocupa para que estén bien alimentados, sanos y fuertes, sobre todo en el invierno, época en que la nieve suele aislarlo por largos períodos. En temporada de nieve además, tiene que redoblar sus recorridas ante la posibilidad que el manto blanco dificulte el movimiento de las ovejas y entonces es necesario ayudarlas, pararlas o llevarlas a lugares más limpios.

Es necesario destacar que Remigio, entre sus tareas diarias, debe recorrer los alambrados y comprobar su estado, como aguadas, tranqueras y el estado de la hacienda. Si encuentra algún animal lastimado o con problemas, curarlo o si ha muerto proceder a cuerearlo, como así también prestar atención a rastros de algún depredador o alimañas que puedan ocasionar daños.

Debido a las extensiones de las parcelas a recorrer, Remigio prácticamente dedica la totalidad de la jornada a esa tarea y en muchas ocasiones las debe enfrentar soportando condiciones desfavorables, ya sea por calores o fríos extremos, lluvias, o como ya dijimos, las nevadas, tan necesaria en la acumulación de humedad, imprescindible para las pasturas del verano como riesgosa para las haciendas si su intensidad se torna excesiva.

El hecho de pasar gran parte del día al aire libre en contacto con la naturaleza, le posibilitó a Remigio conocer en profundidad el comportamiento de la fauna y la flora, como así también la reacción de estos, ante las distintas manifestaciones climáticas.

Fue entonces, que observando cómo, tanto animales como plantas se adaptaban y respondían a las diferentes condiciones climáticas, se convirtió en un experto conocedor, lo que le permitió de tal manera tomar sus decisiones según lo que la naturaleza imponía. Remigio o Don Rosales, además de sus conocimientos obtenidos de su contacto con los elementos con los que a diario convive, se comunica con un lenguaje muy particular y emplea términos no usados muy frecuentemente, ya que los mezcla con cuestiones animales.

Por ejemplo, cuando llegaba a la oficina en la que quien escribe esto trabajaba, Don Rosales, con todo respeto me anticipaba que venía para tener conmigo “una conversa”, porque le habían reclamado cierta “comprobación” por “custiones” de su estado de “pasividad” y de tal asunto cobraría un “molumento”, como explicó el “regente”.

Obviamente, que ante sus frecuentes consultas, quienes atendíamos sus solicitudes, aprendimos a descifrar su particular manera de explicarse, inclusive cuando mezclaba terminología con la que pretendía hacer conocer algún tipo de dolencia que padecía. Fue así que le escuchamos expresar que tenía alguna dolencia en el “pescuezo” cuando se refería a su cuello, o “se me han tapao los ollares”, cuando estaba afectada su respiración.

A propósito de ello, recuerdo que cuando lo conocí contó que en una ocasión, mientras recorría el campo su caballo se asustó, y según dijo, “pegó una espantada y me volteó” con tan mala suerte que se rompió un hueso.

Jugó a su favor, consideró también, que el caballo no disparó,  pudo recuperarlo y con mucho esfuerzo lo montó nuevamente para ir hasta su rancho. Soportando un gran dolor se echó en el catre y tras un día de padecimientos, con la movilidad restringida, contó que buscó un palo y como pudo lo amarró a su pierna quebrada para poder desplazarse, a sabiendas que capataces o dueños del campo, no se harían presentes por ese puesto durante un buen tiempo.

Contó también Rosales que cuando pudo ser asistido en un hospital, los médicos comprobaron que el hueso  había soldado, aunque no en el lugar correcto, por lo que hubo que romperlo nuevamente, acomodarlo y colocar un yeso para que soldara donde correspondía.

No obstante, Rosales reconocía que a pesar de haber superado esa circunstancia, quedaron algunas secuelas que lo obligaban a caminar “medio curcuncho” de acuerdo a sus dichos y que de tanto en tanto padecía algunos dolores.

Por ello, en una oportunidad que llegó por nuestra oficina en procura de asesoramiento por un tema previsional, lo atendió Nancy, una de nuestras colaboradoras quien al observarlo que rengueaba ostensiblemente lo interrogó respecto a que le ocurría y Rosales respondió con total seguridad y con su habitual lenguaje: “Ando medio jodido de los caracuses”.

Texto: Eduardo Reyes, periodista y escritor (Viedma)

Foto ilustrativa: Juan Muñoz (Jacobacci)

 

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