Cuando un bufón fue obispo de Valcheta. “Era el reverendísimo de Las Balchitas”

Cuenta la historia –y Clío nunca miente- que en épocas pretéritas un bufón de muy particulares características fue nada más ni nada menos que “el Obispo Reverendísimo de las Balchitas” teniendo en esta pintoresca ciudad de la Región Sur rionegrina su sede episcopal.

El asunto es que el brigadier Juan Manuel de Rosas, en su corte de Palermo de San Benito, al mejor estilo de ciertas monarquías europeas sabía tener para su diversión personal varios bufones, siendo los más conocidos Biguá, el loco Batista, el negrito Marcelino y el que ahora nos ocupa y el más famoso de todos: el negro Eusebio de la Santa Federación.

Sobre este pintoresco personaje hay numerosos testimonios. Según un retrato muy divulgado parecía mulato y era de muy esmirriado cuerpo y pequeño de estatura, casi un enano.

El historiador Vicente Cutolo en su Diccionario Biográfico Argentino expresa que “según decía este personaje era descendiente de los incas, pero se trataba de un verdadero mulato. Había sido peón capachero, y como tal, trabajó en la casa de la familia Ezcurra, a la cual cobró agradecimiento”.

Dice el historiador Adolfo Saldías que “cuando se casó doña Encarnación, se declaró graciosamente de la familia, instalándose en la casa de don Juan Manuel, el Restaurador de las Leyes Era decidor agudo, y a las veces chispeante. Él solo se invistió del cargo de Gobernador, que ejerció in pectore”.

Se cuenta que se hacía llamar Gran Mariscal  y firmaba como Eusebio Brid Rosas.

El escritor Guillermo  Enrique Hudson en su ameno libro “Allá lejos y hace tiempo” cuanta la siguiente anécdota: “Enviáronme con mis hermanas y hermano menor a pasar el día en casa de una familia anglo-argentina, residente al otro lado de la ciudad. Estábamos en el amplio patio, jugando con los niños de la casa, cuando alguien abrió la ventana y gritó: “¡Don Eusebio!”

Esto no significaba nada para mí. Los niños a quienes visitábamos sabían bien que tal advertencia quería decir que, si  íbamos ligeros a la calle, podríamos ver al gran hombre en todo su esplendor. Por lo tanto, saltaron, tirando sus juguetes, y se precipitaron hacia la puerta de salida, siguiendo nosotros detrás de ellos. Al llegar, encontramos reunida a una gran cantidad de curiosos, y en la calle vimos a don Eusebio con su traje de general, (porque era uno de los chistes de Rosas llamar general a su bufón), todo vestido de rojo, con un enorme tricornio adornado por inmenso penacho de plumas coloradas. Marchaba don Eusebio con solemne dignidad, llevando la espada al costado. Doce soldados, también vestidos de rojo, formaban su escolta, caminando seis a cada lado suyo llevando en las manos los sables desnudos”.

Rosas lo consagró con los siguientes títulos: Gobernador de la provincia, Majestad de la Tierra, Conde de Martín García, Señor de las Islas Malvinas, General de las Californias, Conde la Quinta de Palermo de San Benito y Gran Mariscal de la América de Buenos Aires.

También el General José I. Garmendia en sus “Gratas reminiscencias” deja esta estampa de nuestro pintoresco personaje: “Don Eusebio de la Santa Federación constituía, con su estructura original, el bufón predilecto del señor de Palermo, y en más de una ocasión con alguna chocarrería intervino atrevidamente en las recepciones diplomáticas y en otros asuntos análogos, donde su cuerpo curtido, como corrección, recibió una tunda de puntapiés”.

“Alguna vez llevaba un casco dorado con las armas de la Patria, capa de paño pardo, con cuello y vueltas de terciopelo punzó, uniforme azul con vivos en punzó, adornado con nueve medallas rosa”.

“Como se ve, no le faltaban fantásticos y disparatados oropeles al favorito loco, cuyo traje iba en armonía con el delirio de las grandezas que lo obsesionaban”.

“Don Eusebio era un zambo de regular estatura y de facciones oscuras y grotescas. Nariz algo achatada, frente estrecha y deprimida, labios lascivos, gruesos, morados, como tinta violeta, ojos chicos, pardos, lánguidos y sin brillo, y pelo y baba entrecanos, duros como cerda”.

“Sobre su cabeza de asno domado, llevaba un sombrero elástico de oscurecidos galones en el borde superior, y plumachos viejos de todos colores, y en la extremidad de atrás colgaba una llave de hierro con que cerraba las puertas del castillo de Palermo”.

“Una casaca de vetusto uso y remendada, que en otra época fue de paño azul oscuro, hoy descolorido, con el cuello y bocamangas punzó, presentaba las incurias devastadoras del tiempo; los faldones le acariciaban los ladeados talones. Asimismo, pendían de sus robustos hombros, unas deshechas charreteras, oscuro el oro por la vejez sin fecha, que hacían “pendant” con una gran plaza y medallas de latón que se entrechocaban al caminar en su resaltante pecho, tan fuerte como el de un toro. La casaca nunca la llevaba prendida, con el coqueto intento de hacer resaltar su rojo chaleco prendido con una botonadura variada de todos los colores. Un pantalón blanco, abierto abajo, con botones de metal, y adornado con una vetusta franja de oro, concluía la estrafalaria indumentaria de este bufón”.

El hecho curioso para los rionegrinos, en especial para los valcheteros, según cuenta el historiador Vicente Fidel López, que una noche se lo vistió con traje episcopal y delante de varios invitados se lo anunció como “Obispo Reverendísimo de las Balchitas”.

Es de descontar que el Restaurador sabía la grafía del nombre de esta comarca por los partes que se le enviaban a “Médano Redondo” donde se nombra al paraje del “río chiquito” o “arroyo Balchitas”.

Lo cierto es que después de la caída de Rosas, el negro Eusebio de la Santa federación, enloqueció y caminaba perdido por las calles de Buenos Aires “con su eterna manía de creerse devorado por las hormigas de todo el mundo”.

Otros historiadores afirman que después de Caseros se lo vio vagar y mendigar por las calles de la ciudad.

Se sabe que murió en Buenos Aires en el año 1873. Solía usar bigote y una barba rala y en la mano llevaba su bastón de Mariscal.

Tal es la historia del “negro Eusebio de la Santa Federación”, el que por alguna rara aventura de la historia alguna vez fue Obispo Eminentísimo y tuvo su sede episcopal en Valcheta, el “oasis de la Región Sur.

Texto: Jorge Castañeda

Valcheta – Escritor

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