El rancho de Faustín Caullán. Línea Sur, frío, incendio, desamparo y solidaridad

Aquella noche de agosto de 1972, el termómetro de la estación ferroviaria de Comallo registró 14 grados bajo cero. Alrededor de las 21 alguien avisó que a la entrada del pueblo, viniendo de Ingeniero Jacobacci, una casa se estaba quemando. No existía Cuerpo de Bomberos y allá fuimos en el sufrido Jeep Ika el entonces agente Evaristo Estanislao y yo.

Era el rancho de Don Faustín Caullán, un hombre mayor, viudo y con dos hijos que tenían deficiencia mental. Un varón, conocido como “Chongo” que casi todos los días andaba por el pueblo mendigando y una mujer llamada la “Chonga” que tenía serios problemas para desplazarse porque estaba casi tullida.

Debido al intenso frío, ella echó más leña de lo que debía al destartalado tacho que hacía de estufa y las llamas tomaron el precario techo de cartón, que encima tenía ramillas de neneo, que arde como nafta y en minutos el fuego consumió todo.

La pobre muchacha temblaba de frío, Don Caullán no hacía más que lamentarse y “Chongo” miraba sin entender mucho. Observando el patético cuadro, donde la miseria y el desamparo parecían haberse ensañado con ellos, como un reflejo fugaz, pasó por mi mente aquello de Don Atahualpa que decía “…y le juro, creámelo, que he visto tanta pobreza, que yo he pensao con tristeza, Dios por aquí no pasó”.

Los llevamos al Hospital donde la buena doctora Fatma Gelaín les dio cobijo. Muy conmovidos y silenciosos, Evaristo y yo volvimos a nuestras cosas. Enterada mi señora, preguntó ¿Y no se puede hacer nada por esa pobre gente?…” No supe que contestar, pero a la mañana siguiente tenía tomada una decisión; hacerle un rancho a Don Faustín.

Llamé a Evaristo y al agente Emilio Mikelovich , les comenté lo que pensaba y les pregunté si se animaban a trabajar de albañiles. Estuvieron de acuerdo, “aunque muy técnico y bonito no va a quedar” dijo Evaristo. Me puse en campaña.

El intendente José Domingo asignó un lote dentro del pueblo, cerca del arroyo que le da nombre y comprometió las chapas para el techo. Don Maurice Ganem y mi amigo Alfredo Ganem pusieron a disposición el hermoso camión Bedford que manejaba Don López para acarrear los materiales.

Añahual, Canullan, Del Castillo y Drebnieks fabricaban ladrillos y donaron todos los necesarios. Manuel Cordero donó los tirantes para el techo, que eran de álamo y estaban en pié. Evaristo, solo y a pura hacha, los cortó para traerlos. Doña Rosario Del Monte y su hijo Mario donaron la puerta, Carlos Fernández una ventana y los otros Ganem, lo llamados “pobres” también donaron un ventana. Hubo comprensión y generosidad.

Etelier Hermosilla, padre del actual intendente, hizo el replanteo y dejó los hilos y las estacas necesarios para levantar dos habitaciones de tres por cuatro. Toda la obra, de ladrillos y asentada en barro la realizó el agente Evaristo Estanislao, trabajando todos los días y ayudado a veces por el agente Emilio Mikelovich. En poco tiempo quedó lista.

Cuando estuvo terminada la casita (por llamarla de algún modo), llamamos a Don Caullán y le presenté la misma para entregársela. Lamento no poder recordar quién me acompañó, porque no hice acto, ceremonia ni aspavientos.

-Esta casa es para usted y su familia, le dije.

-¡Pero yo soy muy pobre, no puedo pagarla mi jefe!, me respondió sorprendido.

-No tiene que pagarla, es un regalo que le hacemos los policías, el intendente y varios comerciantes del pueblo. Es suya.

-Palideció y comenzó a temblar. Impulsivamente tomó mis manos para besarlas e intentó arrodillarse, llorando de gratitud, mientras me decía ¡gracias mi jefe, muchas gracias mi jefe! No se lo permití. Enternecido y también emocionado, lo abracé y froté su cansada espalda.

Nunca hablé de esto, ni siquiera con los amigos. Pertenece a mi intimidad, a mi manera de pasar por la vida, por Mi vida. Conservaré siempre en mi memoria la humedad de las lágrimas de Don Faustín que mojaron hombro izquierdo, un paisano pequeño de estatura, pobre de toda pobreza, que pasó por este mundo desprotegido y desamparado por su cruel e injusto destino.

-Hubo un hacedor, corazón de oro, noble y generoso, comprensivo con la desgracia ajena y que aceptó trabajar de constructor “aunque no va salir muy técnica ni muy bonita”. El entonces agente Evaristo Estanislao de apellido materno Edwards. Merced a su tesón y esfuerzo, hoy es un Comisario retirado, casi licenciado en Administración de Empresas y como siempre, sencillo, honesto y ¡muy buena gente!

Rozando el medio siglo hago pública aquella pequeñez, que me sirvió de experiencia, porque con otros extraordinarios compañeros de trabajo terminamos el edificio del Cuerpo de Tránsito de Viedma, hicimos el de General Conesa y el Cuartel de Bomberos de El Bolsón, hechos que oportunamente daré a conocer.

Texto: Roberto Cancio.

 

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