¿Quién se acuerda de la bolsita de alcanfor? Escritor rionegrino habló de “contra pestes”

 

El alcanfor –dicen los que saben- es “una sustancia semisólida cristalina y cerosa con un fuerte y penetrante olor acre”. Se encuentra en la madera del “alcanforero”, un enorme árbol perenne originario de Borneo, Asia.

La palabra alcanfor probablemente derive de la latinización del vocablo árabe (cuándo no) “al-Katur” que significa “gis de Barus”.

Uno de los pocos refranes que menciona a dicho vocablo glosa lo siguiente: “Caja que tuvo alcanfor, quédale el olor”.

Nuestro poeta nacional Leopoldo Lugones supo también escribir: “Ombligo del firmamento; ondina de las estelas; hada de los infinitos; lámpara de alcanfor sobre un catafalco; postigo de los eclipses; candela de las fobias; suspiráculo de las novias; pan ázimo de los necios”. Como vemos utilizó el vocablo que nos interesa para crear una inquietante metáfora.

Nuestro escritor rionegrino Elías Chucair dejó el siguiente texto que recuerda otras épocas, en un relato que supo titular “Contra pestes” incluido en su libro “Testimonios de antaño”.

Más de uno de aquellos que hemos pasado los setenta, ha de guardar en algún rincón de la memoria aquel aroma que solía acompañarnos en los inviernos o cuando algunas epidemias amenazaban a los chicos”.

Me estoy refiriendo al aroma de aquel contra-pestes que se llamaba alcanfor y que el avance de la medicina lo borrara del mapa”.

“En aquellas circunstancias, nuestras madres solían colocar en una pequeña bolsita de tela una tableta cuadrada del tamaño de media cajita de fósforos y luego la prendían con un alfiler de gancho en nuestras prendas interiores”.

“Andar con esa pastilla encima, era como sentirse protegido de una gripe, tos, fiebre u otro malestar”.

“El aroma del alcanfor era muy penetrante y denunciaba fácilmente a quién lo llevaba encima”.

“Como ahora se consumen ciertas vitaminas  especiales, ya determinadas para protegerse de algunas pestes o epidemias, en aquellas décadas del treinta y del cuarenta, andábamos pasados del aroma que despedían aquellas cuadradas  pastillas de alcanfor”.

“Las mismas no tenían mucha duración y llegaban a desaparecer. Cuando ello sucedía nuestras madres las renovaban por una nueva”.

“Aquel producto fármaco que marcara una época, había que adquirirlo en las farmacias sin necesidad de receta”.

Hasta aquí el ameno relato de Elías. Varios otros escritores también se han referido al alcanfor, entre ellos el amigo Eduardo Reyes donde una amena nota enumera todas estas medicinas de uso popular que el tiempo y la modernidad se han llevado para siempre.

La madera del alcanfor también se utiliza para realizar delicadas artesanías como estuches y vistosas cajas.  También se realizan velas de alcanfor, dicen que ayuda “a mantener los espacios limpios y libres de energías densas”. Vaya uno a saber.

Lo cierto es que todavía hay quienes encuentran en el viejo y aromático alcanfor virtudes medicinales, dándoles así la razón a nuestras abuelas.

Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta

 

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