La Región Sur es una postal. Cada paisaje, cada lugar, tiene una magia inigualable

La Región Sur es hermosa para el que sabe mirar. Tiene identidad, inmensidad, cielos estrellados, silencios prolongados; cada piedra transmite un mensaje, cada lugar una leyenda, cada vallecito deslumbra, cada mallín es una esperanza, cada cerro un milagro y lo más importante su gente, laboriosa, sufrida, que pocas veces se queja, que no baja los brazos, que siempre espera en el mañana un futuro mejor.

La amena pluma de don Elías Chucair la retrató de esta manera: “En las ramas de las matas de “uña de gato”, mechones de pelos de cabras, que están pelechando, flameaban como blancos penachos al viento”.

“El resultado de la abundante nieve y lluvia caída  durante el invierno, se manifestaba en tupidos manchones  de alfilerillo y mostacilla que tapizan el suelo con sus flores amarillas y rosadas”.

“Nuevas matas de coirones, charcao y neneo se asoman muy verdes en la superficie, mientras que las del “botón de oro” florecidas, le dan un matiz amarillento al campo”.

“Los gorriones y chingolos que revolotean sin pausa  jugando al amor, no logran perturbar la quietud solemne de un “pecho blanco” posado sobre una enorme mata  de michay que muestra sus ramas cargadas de frutos”.

“La caída del sol  enciende de rojo las nubes que se juntan  con la línea quebrada  del horizonte conformado de cerros”.

“Por un caminito que baja viboreando entre los montes, un rebaño de caberas obedece como de memoria a dos perros y a los silbidos del hombre, que desde arriba del caballo los orienta con rumbo al corral que está cercano a su rancho, cosa de no dejarlas expuestas al peligro que significan los zorros y algún mano larga del vecindario”.

“Como este hecho se repite todos los días, da la impresión de ser un complemento más de las últimas horas de la tarde y de la quietud imperturbable del paisaje que va dando paso a la llegada de la noche”.

“Entonces desde la ladera de los cerros, el suave aroma del charcao va envolviendo el aire de las primeras sombras”.

“Un par de horas después, los campos se emponchan con un cielo tachonado de estrellas y una luna trepando entre las nubes”.

“Y se largan a andar por las sendas los duendes de la noche, acompañados por el monótono canto de los grillos”.

¿Algo más que agregar a la acuarela pintada con palabras por don Elías?

Para llegar al Sur se necesita mucha entereza y tener los sentidos avezados para tanta identidad.

“Allá en el Sur -dice la escritora Silvia Montoto de Lazzeri- donde se muere de a poco la esperanza/ donde el viento agita los coirones/ y el horizonte es tan azul e inmenso/ que no tiene distancias… / Allá en el Sur, / donde los huesos secos de las bestias/ reverberan intermitentemente/ bajo la luna blanca,,, / Allá en el Sur, está mi gente, / arrastrando la vida con el agobio de una inmensa carga.  Seca su piel/ como la piel reseca de la tierra/ que implora lluvia en el gesto de su boca amarga. / Para llegar al Sur, no quedó tiempo; / son sus caminos demasiado largos.  Por eso es tan inmenso su horizonte/ y el Sur sigue esperando, / mientras agita el viento los coirones y la escarcha/ cicatriza la piel de los arroyos mansos.  Allá en el Sur se prolonga la luz en el ocaso/ y se trona espinosa la nostalgia como la flor violácea de los cardos. Allá en el Sur, / mi padre fue marucho/ desafiando la nieve con sus pies descalzos, / y se hizo hombre, soledad y sombra, / y se le fue la infancia de a caballo.  Para llegar al Sur no quedó tiempo, / sos sus caminos demasiado largos. / Solo el viento acorta las distancias / y el Sur, sigue esperando”.

Esa es mi tierra, hermosa, querible, rica, que tiene todo, pero que necesita mucho la atención de los políticos y la solidaridad de sus provincianos.

 

Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta

 

 

 

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