Discépolo, Eduardo Reyes, en Viedma, y la emulsión de Scott. ¿Usted la probó?

“En nuestra época de muchachos –cuenta Eduardo Reyes- nuestros mares sabían también de  prevención y por lo tanto, de acuerdo al almanaque, recibíamos todo tipo de emplastos, brebajes, unturas, friegas y mediciones que en muchas ocasiones nos causaban terribles desagrados, porque nunca más cierto aquello de la tradición china respecto a que “el mejor remedio es el que sabe más amargo en la boca”.

Y menciona Eduardo (los que somos de su generación también los padecimos) la bolsita de alcanfor, los emplastos de incienso y alcohol, las friegas con “untozinsal”, los fomentos, las terribles ventosas, el aceite tibio para el dolor de oídos, el té de ruda, el aceite de ricino, pasar una alhaja de oro para aliviar en cruz sobre los tan molestos orzuelos, el aceite de bacalao.

La propaganda, tanto radial como gráfica de aquellos lejanos años, mostraba promocionando la muy famosa pero temible “Emulsión de Scott”, en base al aceite de bacalao, a un hombre con un enorme bacalao al hombro.

Como digresión podemos decir que nuestra provincia en años de las guerras mundiales tuvo el auge de la pesca del cazón, tanto en San Antonio Oeste como en Viedma, donde en un temible naufragio dieron vuelta de campana varios barcos con lamentable pérdida de vidas humanas que marcaron trágicamente a la comarca, hecho que fue relatado por varios escritores regionales.

Como un dato curioso podemos decir que el gran compositor Enrique Santos Discépolo (el hombre que sabía mirar las estrellas mientras sus amigos jugaban a la pelota” y que dio la mejor definición de nuestra música ciudadana al decir que “el tango es un pensamiento triste que se baila”, cita y, esto es lo raro, en uno de sus tangos a a la famosa “Emulsión de Scott”.

Es así que en “Victoria” donde glosa su alegría porque se fue su mujer alude a esa muy difundida propaganda del hombre con un bacalao al hombro. Dice Enrique: “Me saltaron los tapones, / cuando tuve esta mañana/ la alegría de no verla más.  Y es que al ver que no la tengo/ corro, salto, voy y vengo/ desatentao… Gracias a Dios/ que me salvé de andar/ toda la vida atao/ llevando el bacalao/ de la Emulsión de Scott”. Cita también otro detalle de tiempos que se han ido: cuando saltaban los tapones del medidor de energía, reemplazados en la actualidad por las llaves térmicas. ¡Si los habré cambiado!!

Pero continuando con el tema de esta crónica, la amiga Raquel de Cambarieri me obsequió una muy vieja lata (impecablemente conservada) para mi colección de antigüedades de “Normacol” de la química Schering que supo contener “Evacuante intestinal absolutamente inofensivo”, de expendio libre. ¡Dios nos libre de haberlo tomado!!!

¡Lo que eran aquellas farmacias de entonces! Latitas, pomadas, balanzas de precisión, frascos azules y marrones, rótulos.

En la actualidad, algunas de aquellas pociones que tantos nos atormentaban quedan. Otras en los recuerdos como la “Leche de Magnesia Phillips” de lechoso color y hermosos frascos,  aquel aroma inconfundible del Vick Vaporub o el sabor de las nebulizaciones, torturas de nuestra niñez.

Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta

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