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Tiempos del Covid 19, días de vinos y sueños. Amor, uvas y mucho vino para compartir la felicidad a pesar de las circunstancias adversas.
Tratar de hacer explotar el deseo y el amor como metáfora de un inigualable Merlot patagónico. Experimentar así el influjo de la luna llena, sea en el valle, el mar, la meseta o la cordillera, que despierta los deseos más profundos y, entonces, comenzar a soñar.
Soñar estar bailando dentro de una vasija repleta de uvas pisadas, llena de misticismo y mucho amor.
Sentir la fuerza y pasión de la madre naturaleza que corre por las venas del vendimiador y venerar los racimos y su alquimia, algo casi tan antiguo como la humanidad misma.
¿Acaso es vida la de quien no tiene vino? Vinos blancos, rosados y tintos para mimar la diversidad de paladares, mientras algunos izamos el pendón de la nostalgia atrapados por los ya desaparecidos vinos claretes.
Entretanto la pandemia desatada por el Covid 19 somete sin indulgencia a nuestro pueblo, el vino compañero y solidario nos trasiega la fuerza necesaria para resistir las vicisitudes y, entonces, el vino emerge como elemento consustancial a la vida sin dejar huellas misteriosas en la arena. Es el vino de la certidumbre, la convivencia y la esperanza. El vino que desanuda la fuerza del corazón.
Entonces, al decir vino de igual manera digo:
Sierra Pailemán donde cóndores insurgentes arrancan jirones de sus mágicos amaneceres.
Luis Beltrán donde sus torres gemelas sujetan sobre el cielo la tarde vencida.
Las Grutas donde su masa espumosa rompe marejadas de silencio.
Y, finalmente, digo vino como si dijera Valcheta “donde se colma” la poesía de mi amigo el vate Jorge Castañeda.
¡Yapay pu peñí! (¡Salud hermanos!)
Texto: Ingeniero agrónomo Federico Witkowski (Río Negro)
Octubre de 2020
