San Agustín, doctor de la Iglesia, solía decir “Hómines sunt voluntates” o sea el hombre vale tanto cuanto su voluntad. Frase apropiada para definir la personalidad descollante del padre Teófano Stablum, quien supo andar los caminos de la Línea Sur a fuerza de voluntad y carácter.
Han pasado varios años desde su fallecimiento en Italia y, sin embargo, en el
recuerdo de quienes lo conocieron su memoria aún está viva, como también su
ejemplo de vida.
Era común verlo en su viejo Rastrojero transitar los más inhóspitos parajes sin
importar ni el frío del invierno ni el sol de los veranos inclementes para
llegar a la casa de los últimos pobladores con su proverbial bohonomía y
humilde forma de ser.
Porque el padre Stablum, forjado
en las mejores virtudes que acrisolan a un cristiano, tenía un aroma casi a
santidad, sin temerle al trabajo duro ni a los obstáculos que a veces en la
Patagonia parecen infranqueables.
Hoy un ramillete de capillas a lo largo de toda la Región Sur lo perpetúa. Fue común verlo muchas veces solo entrar baldes de albañil arriba de los andamios construyendo con ladrillos de esperanza los templos que su empeño le dictaba, hasta la iglesia redonda de Sierra Colorada donde puso fatigas y desvelos a pesar que sabía que la iglesia no son los templos materiales sino la comunidad de los creyentes.
Su sabiduría era evidente, su rectitud insobornable, su humildad reconocida, su
entrega al prójimo total y su contracción al trabajo férrea.
Hombre de buenas y meditadas lecturas en todo tema ponía su visión esclarecida,
fruto también de su conocimiento del ser humano.
Solía referirse a la dureza de aquella Europa de preguerra marcada por el
desaliento y el fantasma del hambre. También templado en la fragua del dolor
estaba preparado para sobrellevar la pesada carga del sufrimiento y el
infortunio.
No en vano supo trajinar, el padre Stablum, los caminos de la Patagonia durante
tantos años, a veces caminando algunas leguas por la soledad de la huella para
llegar al puesto donde una familia lo esperaba para encontrarse con su mano
franca y su palabra alentadora.
Cierta vez lo encontrábamos en la ruta 23, después de haber chocado contra un
paso a nivel, caminando solo y con un bolso rumbo a Los Menucos, Ramos Mexía,
Sierra Colorada u algún paraje.
Sabía referirse a los pobres de espíritu y un brillo en los ojos reforzaba sus
palabras.
¿Alguien sabrá alguna vez qué palabras le dijo a Su Santidad en oportunidad de su visita a Viedma hablándole en otro idioma?
De él podemos decir como Séneca “que nada de lo humano le era ajeno”. Dante Alighieri supo escribir que “el viento azota más reciamente las cumbres más altas”. Así el padre Stablum ante el azote violento de una desgracia, de una calumnia, de la indiferencia y de la incredulidad nunca se abatió pues intuía que Dios al decir del padre Entraigas “quiere hacerlo cumbre, cornisa y cima cuando expone al hombre al duro castigo de los vientos”.
Tal vez descansando de tantas labores hoy ya no está entre nosotros el padre
Teófano Stablum pero al decir de Elías Chucair “lo seguiremos viendo/ con
su hábito marrón descolorido,/ apurado por llegar a la gente/ transitando los
ásperos caminos/ en su viejo Rastrojero destartalado/ para dejarle al que
sufre/ una dosis valiosa de alivio…
Jorge Castañeda
Escritor Valcheta