Años 1809/1810. Hacer política era peligroso en Patagones y había “calamidad” en Río Negro

Patagones estaba a más de una semana de navegación hasta Buenos Aires. Meses pasaban sin que un barco atracara en su puerto. Pero ello no significaba que los locales y rionegrinos estuvieran por completo desinformados respecto de la compleja situación política que se vivía en Europa y Buenos Aires desde la invasión napoleónica a España en 1808. Los comerciantes, especialmente europeos, que se establecían para comerciar con los indios y los soldados que llegaban de relevo, constituían una fuente de noticias.

Pero hubo informantes –y adoctrinadores- mucho más calificados, como los jefes de un frustrado motín encabezado por Martín de Álzaga, que en 1809 pretendió derrocar al virrey Liniers. Como sucedería con otros presos políticos, los reos fueron desterrados a Patagones.

Al año siguiente arribaron desde Mendoza otros tres contrarrevolucionarios. El Carmen era una cárcel sin barrotes. De un lado el mar y del otro los indios que sólo permitían acceder por la vía marítima. Entonces, los reos alternaban libremente con los vecinos en las pulperías y en más de un hogar que los recibía de muy buen grado. Allí, la verba ilustrada de los realistas contribuiría a la politización de los pobladores. Seguramente, antes de la invasión napoleónica, la política les resultaría ajena. Pero, el rey preso de una potencia extranjera cambiaba las cosas. Luego, las calamidades que la Revolución les acarreó, los obligó a estar atentos a los acontecimientos.

La expectativa de que la contrarrevolución se terminara imponiendo, fue acompañada de un fuerte compromiso con la causa realista.

Cuando hacer política era peligroso

Ya nos hemos referido al proceso de politización de los maragatos estimulado por la prédica que, en hogares y pulperías, ejercían los deportados políticos como Álzaga y las autoridades mendocinas y cordobesas acusadas de realistas. 

Pero también deambulaban por las calles de la aldea irreprochables patriotas como Antonio Beruti y Domingo French, miembros de la facción de Mariano Moreno desplazada del poder en abril de 1811. Sabemos, desde niños, que en las jornadas de Mayo distribuyeron las divisas celeste y blanca, pero hicieron mucho más. Beruti, por caso, fue gobernador de Santa Fe y de Salta, jefe del Estado Mayor de San Martín y héroe de Chacabuco.

Las discusiones y conflictos no sólo eran estimuladas por estos hombres de la política, porque ¿Quién mandaba realmente en Patagones? Es cierto que en agosto de 1810 había llegado el nuevo comandante del Establecimiento, enviado por la junta revolucionaria. Sin embargo, su poder quedó relativizado poco después por el dominio que durante unos siete meses ejercieron sobre el Carmen los realistas montevideanos. Es que entre marzo y octubre de 1811, la flota española de Montevideo y una escuadra inglesa, bloquearon el puerto de Buenos Aires dificultando su contacto con el Carmen.

En escenarios que mudaban tan drásticamente, el compromiso político entrañaba severos riesgos, ya que quedar en el bando perdedor solía significar prisión, destierro, confiscación de bienes y aún fusilamiento. 

A pesar de ello, muchos pobladores del Carmen decididamente tomaron partido por su causa. La casa de quien quizás más se destacó, ocupaba el solar que hoy pertenece al museo.

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Patagones con el rey

Debemos seguir en aquellos tiempos a fin de comprender por qué los maragatos eran fervientes partidarios del rey al momento de declararse nuestra independencia. Además de la crecida cantidad de peninsulares y sus hijos, había importantes razones económicas que enemistaron a los pobladores con la revolución.

A partir de mayo de 1810, los rionegrinos padecieron una sucesión de calamidades. La medida más perjudicial atacó a la agricultura, principal actividad económica de los pobladores. Hasta entonces la Corona les compraba el trigo al doble del precio de plaza y lo molía en sus tahonas, como se llamaba a los rudimentarios molinos de la época. Esta política era por demás razonable, considerando las adversas condiciones climáticas patagónicas, la inexistencia de mercados regulares para colocar la producción y la imposibilidad de contratar mano de obra.

Entre las primeras disposiciones de la Primera Junta, a tono con el ideario liberal de la época, se estableció que no habría más molienda a cargo del gobierno y que los labradores debían vender su trigo a quien quisiera comprárselo al precio corriente. Para más, la drástica reducción de los empleados del gobierno y de soldados de la guarnición redujo el número de consumidores de sus estrechas producciones. Algunos de esos empleados eran pobladores, con lo que el perjuicio crecía hasta transformarse en penuria económica.

La calidad de los comandantes y tropa también eran deplorables porque los mejores recursos se reservaban para la guerra. Patagones ya no era la posesión estratégica que España mantenía para sostener la Patagonia contra la amenaza británica. Tampoco poseía un recurso que la integrara a la economía rioplatense.

A la vista de los acontecimientos, la utilidad más evidente que ofrecía la remota población parecía residir en sus ventajas como destino de destierro político.

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Texto: Museo Emma Nozzi, de Carmen de Patagones

Dibujos: Carlos Casalla

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