La dura tarea de gendarmes por los rescates de alta montaña en Bariloche

“Cada vez que uno sale a la montaña, sabe que puede no volver”. Esa es la primera frase que Alfredo González, jefe de la Unidad de Operaciones Especiales de Montaña de la Gendarmería, le dijo a La Nación minutos antes de conocer desde adentro el entrenamiento y el trabajo que realizan los rescatistas de alta montaña en San Carlos de Bariloche.

Ya sea en nieve, hielo, roca, con calor o frío, los 209 uniformados -21 son mujeres- que fueron capacitados para esta tarea están preparados para socorrer a personas en situaciones extremas a lo largo de toda la Cordillera de los Andes, desde La Quiaca hasta Ushuaia, distribuidos en 17 grupos. Incluso, son ellos a quienes la Justicia convoca cuando alguna búsqueda o rescate está judicializado. En los primeros seis meses de este año, son 46 las personas rescatadas o asistidas.

Especiales en Montaña “1° Alférez Mario Serrano” donde funciona la escuela del grupo de rescate que nació hace 31 años. Cada año, del total de los aspirantes a completar el curso, solo la mitad llega a cumplirlo.

Durante tres días, junto a un grupo de ocho integrantes de la fuerza especial, La Nación hizo algunos entrenamientos en los terrenos y suelos más complejos que deben afrontar los rescatistas que están apostados en 17 grupos de Norte a Sur del país.

Tirolesa, rapel, raquetas de nieve, esquíes, crampones, vehículos 4×4, motos de nieve, helicópteros, drones y camillas plegables y ultralivianas es parte del menú que tienen al alcance y deben elegir contrarreloj para tratar de rescatar con vida a las personas perdidas o accidentadas en la montaña.

La calma, la templanza y el trabajo en equipo fueron la constante en los días de entrenamiento. “Nadie puede hacer todo solo. Dependemos de nuestros compañeros y el trabajo solo se puede completar en equipo. Cada uno tiene una especialidad y tratamos de aprovechar al máximo eso”, explicó Felix Gallardo Gómez, que es primer alférez y está a cargo de la formación de los aspirantes.

El primero de los días transcurrió en el cerro Ventana, en las afueras de San Carlos de Bariloche. “Acá es uno de los primeros lugares donde ponemos a prueba a los aspirantes. Tienen que poder cruzar en tirolesa y escalar estas paredes que no son de las más técnicas”, explicó Gallardo Gómez.

Y agregó: “En general, en los primeros tres días la persona ya sabe si podrá concluir el curso o no. El año pasado de los 28 aspirantes, solo 14 terminaron el entrenamiento de 45 días”.

Mientras preparaba la tirolesa en la que mostrará las dos técnicas para desplazarse, el sargento David Maraz recordó: “Para mí la escalada es lo más complicado. A mí me gusta más la nieve, la parte de esquiar. La supervivencia en nieve es donde me siento más cómodo”.

“Acá en el grupo algunos son más fuertes en escalada, otros en esquí, otros trepando, otros en marchas. Yo, que me dedico a correr, en las marchas soy bueno”, describió Maraz, que es uno de los maratonistas y corredores de trail dentro del equipo. Sobre qué fue lo que más le costó aprender, contó: “Acordarse todos los nudos fue una de las cosas que me costó al principio. En eso no se puede fallar porque ponés en riesgo la vida de otras personas”.

Cincuenta metros más arriba, en la cumbre del cerro, otros cuatro de sus compañeros preparaban las cuerdas para hacer un descenso en rapel con una camilla especial de origen italiano que les permite bajar de a dos y en una pared vertical. “Hay que tener paciencia y ser meticuloso. Se requiere mucha calma. Esto no permite errores. Un error te cuesta la vida”, recordó Gallardo Gómez.

El segundo día de entrenamiento fue casi en el límite entre la Argentina y Chile, en el paso internacional Cardenal Samoré, a 130 kilómetros de Bariloche, y con más de tres metros de nieve acumulada. Marcha con esquíes, con raquetas y cómo hacer una cueva de nieve formaron parte de la demostración que también incluyó moto de nieve.

En este tipo de terrenos, los equipos son los que hacen la diferencia al momento de poder avanzar con mayor rapidez hacia la zona de rescate. Tanto los esquíes, que tienen una cobertura especial en la base (llamada piel de foca) que les permite caminar y traccionar mejor, como las raquetas que evitan hundirse hasta la cintura en la nieve, forman parte de los elementos indispensables en las mochilas, que pueden llegar a pesar 20 kilos o más.

“Cuando aparece el viento blanco, que es una mezcla de fuertes vientos con nieve, granizo y agua, la visibilidad se reduce muchísimo y no podés ver a más de dos pasos adelante. En esos casos, se trata de buscar una zona con buena acumulación de nieve y poco tránsito para hacer una cueva de nieve”, explicó Gallardo Gómez.

Dos de los gendarmes sacaron unas palas con el mango retráctil que abrieron y cavaron una trinchera en la nieve blanda. Tras 20 minutos, ya estaban un metro por debajo de la línea del resto de la zona y la ventisca con granizo que soplaba en el lugar casi no se sentía.

Luego empezaron a cavar una estructura similar a la de un horno de barro en uno de los laterales de la trinchera. “Se hace una abertura no muy grande y comenzamos a ahuecar hasta darle forma de cueva. Por el mismo frío, la nieve se compacta y se forma una capa de hielo. Dentro de la cueva podemos estar hasta cuatro personas y hasta tres días si el temporal no disminuye. Ingresamos todos y con las mochilas se tapa la entrada. En caso de que esto suceda estando uno solo, en lugar de la cueva, se puede hacer una especie de nicho en la nieve, pero a muchos les resulta muy asfixiante”, dijo Gallardo Gómez, que heredó de su padre la vocación para ser gendarme. La segunda jornada terminó en el cerro Catedral en Bariloche donde, en medio de una nevada, se hicieron descensos con esquí en zona de pistas y fuera de ellas.

La comida y la bebida, otros de los desafíos

Sobre qué comida llevan a las expediciones y rescates, explicaron que utilizan unas “raciones de combate” que compran en Mar del Plata. “Son unas bolsas metálicas a las que les echamos agua y por unos químicos que tiene se calienta y la podemos consumir. Incluso, en casos extremos, en lugares como la Puna donde hay escasez de agua, podemos llegar a hidratar esas bolsas con orina”, detalló el 1° alférez.

Sin embargo, aclaró que siempre antes de una expedición se hace un estudio de campo para analizar qué es lo que se debe llevar en la mochila porque cada gramo pesa. “El equipo de hielo es el más pesado. Una expedición puede durar hasta 20 días y llevás todo con vos en la mochila”, explicó Gallardo Gómez.

Para el tercer día quedó la técnica y suelo más riesgoso para los rescates: el hielo. Para ver y probar esta forma de rescate, el lugar elegido fue el ventisquero negro al pie del glaciar Manso, uno de los 14 que tiene el cerro Tronador, que está situado dentro del Parque Nacional Nahuel Huapi y a 80 kilómetros de Bariloche.

El nombre de ventisquero negro se debe a que la masa de hielo que se desprende del glaciar a lo largo del día, cuando desciende por la ladera del Tronador y se mezcla con piedra y tierra, se termina convirtiendo en bloques o macizos de hielo de color oscuro. Para un inexperto, como este cronista, el terreno puede parecer piedra o tierra. Sin embargo, se tratan de inmensos bloques que, entre medio de ellos, presentan grietas que puede tener decenas de metros de profundidad. Es en estas grietas donde los rescatistas tienen que ingresar para buscar a personas que hayan caído.

Crampones, piquetas y cuerdas de las que van enganchados los rescatistas entre sí, son parte de los elementos primarios que se despliegan al momento de comenzar una búsqueda y travesía en el hielo. Aquí las nevadas pueden ser grandes enemigas porque tapan las grietas y una persona desprevenida puede caer varios metros.

“En el caso del rescate en hielo vamos enganchados de a tres o cuatro a través de una cuerda. Esto nos brinda seguridad porque si uno de nosotros se cae, los otros podemos frenarlo y evitar que se lastime o muera”, contó Gallardo Gómez.

La muerte, eso que está siempre latente y se habla poco

“Yo la parte humana trato de no pensarla. Uno trata de hacer su trabajo y que la persona vuelva con su familia. Cuando me toca ir a rescates de cuerpos, trato de no pensar en eso”, fue el principio de la explicación de Gallardo Gómez ante la consulta de cómo es convivir con la idea de que se puede encontrar a la persona muerta.

Luego, el hombre de 35 años contó una anécdota: “Me tocó una vez ir con un gendarme y encontrarnos con una mujer que había sido atacada por un perro salvaje que le habían sacado pedazos de carne incluso. Yo le dije a la señora que no tenía nada, para que no se desesperara. El que venía conmigo dijo ‘¡oh!’. Yo después le expliqué que eso se lo tiene que guardar para su casa que ahí era un profesional y no podía alterar a la mujer”.

“Nunca me tocó tener que rescatar muerto a un conocido. En ese caso, no sé cómo reaccionaría. Algunos te recomiendan que no los tenés que mirar a los ojos”, dijo sobre los consejos de sus compañeros más experimentados y que participaron de rescates trágicos ocurridos en la zona.

La charla ocurrió en la camioneta 4×4 camino al ventisquero negro y el conductor del vehículo, también rescatista y con más de 15 años de experiencia, sumó su testimonio: “Te dicen que no los mires a los ojos. En general, los cuerpos los encontrás con los ojos abiertos así que se los cerrás. También suelen estar desnudos porque cuando la hipotermia avanza empiezan a sentir calor y se sacan la ropa. Eso pasa en los últimos momentos antes de morir”.

“Lo que te da satisfacción es poder bajarlo para darle el cuerpo a sus familiares”, dijo el conductor. Gallardo Gómez agregó: “Muchas veces no podemos rescatar los cuerpos por las zonas donde cayeron. Siempre se evalúa el riesgo. Por ejemplo, hay un andinista francés en el Lanín que el cuerpo sigue en la montaña. Igual, la naturaleza es sabia y, en algún momento expulsa el cuerpo si está metido dentro de un glaciar porque los glaciares se mueven”.

El sargento Maraz también recordó uno de sus rescates más complicados: “Esto ocurrió en el volcán Lanín. Una persona estaba arriba hacía dos días y con vida, según el último reporte, y nos dijeron que teníamos que salir en ese momento que eran las 6 de la tarde. El clima era impresionante con mucho viento blanco. No estaban las condiciones para salir y allá fuimos. Nos encontramos con una patrulla del Ejército que tenía las pestañas congeladas. Aguantamos un poco, porque sabíamos que al día siguiente había un período de ventana de buen tiempo y podíamos hacer el rescate en helicóptero. Igual subimos y dormimos en la montaña en una cueva de nieve y dentro de la bolsa de dormir que llevábamos. Por suerte lo logramos rescatar”.

“Gracias a Dios aguantó, porque hay que estar dos noches allá arriba y sin equipo porque se lo sacó, lo agarró con un tornillo y lo perdió en medio de una tormenta de viento blanco. Nunca más lo pudo encontrar”, contó el sargento y agregó: “Le habían dicho que no podía subir, pero él insistió. Por suerte sobrevivió, aunque se llevó un gran recuerdo: le tuvieron que amputar algunos dedos de los pies y de las manos”.

Gallardo Gómez sumó: “Hay personas que se tildan y no saben qué hacer. En esos casos, nosotros les tenemos que dar una cachetada para hacerlos reaccionar. Porque dicen ‘no quiero seguir, me quiero quedar’ y ahí es cuando se produce la muerte. Es cuando la persona se entrega”.

“Una de las primeras bases de la supervivencia es las ganas de vivir. Cuando yo me entrego, ya es el final. Muchas veces piensan, cómo sobrevivieron algunos como los mineros chilenos o los chicos tailandeses y tiene que ver con que se aferraron a la vida”, remarcó.

La búsqueda en hielo es una de más riesgo por la dificultad del terreno. 

Por: José María Costa

Fotos: Marcelo Martínez

Diario LA NACION

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