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Según la mitología clásica, Poseidón inventó el caballo. “Y desde hace millones de años los caballos se han adaptado a vivir prácticamente en todos los climas y latitudes. Y desde que fue domesticado por los primitivos seres humanos, se convirtió en asistente indispensable del transporte, el trabajo y la vida de los hombres y mujeres de todos los tiempos”.
Así algunos equinos han pasado a la historia por ser los caballos de personajes legendarios. Entre ellos podemos citar, verbigracia, a los siguientes:
“Arión” que así se llamaba el caballo de Hércules; “Haizum”, el del Arcángel San Gabriel; “Hipocampo”, que era el caballo de Neptuno; “Kantaka”, al que le cupo la suerte de ser el caballo blanco de Buda; “Strategos” del gran Aníbal; “Genitor” de Julio César; “Lazlos”, el primer caballo de Mahoma; “Barístenes”, el del emperador Adriano, y entre otros “Xantos”, el equino del célebre Aquiles.
Y también podemos citar al famoso “Moro” de Facundo Quiroga, glosado por Gutiérrez, el “bayo-blanco” de San Martín –aunque existen dudas-; el “Rosillo” del general Belgrano y el “Gateado” del cacique Catriel, siendo célebres los “blancos” disputados por Villegas y Pincén.
El “Mancha” y el “Gato” quedaron en la historia argentina recorriendo los campos de América.
De “Babieca” el caballo del Cid Campeador, podemos decir que era el brazo del caballero, su otra mitad, como si estuvieran pegados. O sea, hecho el uno para el otro.
Sobre el caballo pinto del General Perón en su foto más conocida se sabe que se llamó “Mancha”.
“Bucéfalo”, del griego “boukephalos”, que significa “cabeza de buey”, era el caballo negro de Alejandro Magno, rey de Macedonia y lo acompañó en muchas batallas que él libraba personalmente al frente de sus tropas. Se dice que siempre que su amo iba a montarlo, Bucéfalo doblaba sus patas delanteras. Cuando murió Alejandro mandó a construir un mausoleo en su memoria en la ciudad que llevó el nombre de “Bucéfala”.
“Incitato” era el nombre del caballo del emperador romano Calígula (botita) Caius César Germanicus, que alimentaba a sus animales como si fueran seres humanos. Para probarlo nombró a Incitato sacerdote y cónsul. El animal tenía un comedero de marfil y bebía vino en baldes de oro.
“Copenhagen” se llamaba el caballo del Duque de Wellington en la batalla de Waterloo. Y “Marengo” el blanco de Napoleón Bonaparte, cuyo nombre le fue dado después del triunfo del Emperador en la batalla de Marengo.
Pero seguramente el más famoso de todos sea “Rocinante”, el caballo de don Quijote de la Mancha inmortalizado por Cervantes, cuyo nombre fue creado usando las voces “rocín”, caballo de trabajo y jamelgo de poca alzada, y “ante” queriendo decir que “antes era un rocín”.
“Tornado” es el caballo del bravo “Zorro”; “Plata o sea “Silver”, el del Llanero Solitario; “Pamperito” el del noble indio Patoruzú, pero estos pertenecen sin duda a la historieta, a la ficción y a la imaginación de sus creadores.
José Razzano fue dueño de “Montecristo”; Bing Crosby, fanático del Turf, compró en Buenos Aires a la yegua “Blackie”; Gardel hizo un culto de su alazán rosado “Lunático”, que llegó a montar su amigo Irineo Leguisamo; Y tal vez el más ganador de los caballos de las pistas argentinas sea: “Yatasto”, que en un cuádruple campeonato se llevó todos los premios.
Si un detalle faltaba lo merece el “Cebollita”, leyenda del mundo de las cuadreras, que hasta mereció un libro con su historia del escritor Néstor Rubiano.
Los de Valcheta, mi pueblo, los reseñé en otra nota titulada “Los caballos del Valcheta”.
Lo cierto que los caballos fueron glosados por la literatura quedando para siempre retratados en los famosos versos de Belisario Roldán: “Caballito criollo”.
Para cerrar esta breve nota que deja a muchos equinos en el tintero, cabría preguntarse: ¿“Quién no daría su reino por un caballo?
Jorge Castañeda
Escritor – Valcheta
