Historias de la Patagonia profunda. Revalorizar a nuestros paisanos

 

Ni bien regresé, le comenté la anécdota a Mariano Srur y me contestó: “Mirá vos! Esas historias tan de la Patagonia profunda… Esto es para contarlo” y así lo titulé.

Sabida es mi pasión por el campo y su gente rústica y modesta; respeto y admiro su sabiduría sencilla sin ningún respaldo académico, adquirida en base al trato con la tierra y los animales, a subsistir en medio de la nada observando y aprendiendo de la naturaleza, respetando los ciclos naturales y viviendo en armonía con el entorno.

Siempre que voy al campo, de alguna manera, el contacto con su gente me humaniza; gente humilde que nos abre las puertas de sus casas y nos convida con lo que les escasea y no con lo que les sobra, que normalmente es nada. Gente que aún se comunica con los mensajes de esa radio vieja, que espera sentado al lado de la mesa con un mate amargo el mensaje de su vecino o parientes, alejados de un mundo que cada día está más convulsionado.

Recorriendo una huella rural en la estepa helada de la zona de Quetrequile, al Sur de Ingeniero Jacobacci, a lo lejos en una bifurcación, se veía una F100 vieja (73/74) color azul, estacionada con el capot levantado. Al llegar veo a un hombre delgado, larga barba blanca, boina negra y de rostro curtido surcado por profundas arrugas. Me detengo.

Él se acerca y se da el siguiente diálogo:

– Buen día, lo puedo ayudar en algo?
-No, sólo estoy esperando que pase alguien pa´l pueblo!

– Ahhh… Mire, yo tengo que hacer unos trabajos unos kilómetros más adelante, pero a la tarde vuelvo para Jacobacci. Necesita que lo lleve?

– No, no; tengo que mandar un mensaje pa´la radio, vio? Usté’ me lo puede alcanzar?
– Por supuesto!

Entonces, me entrega el papel de la foto, escrito al dorso de un ticket, el cual procedo a leer en voz alta para asegurarme de entender y poder aclarar, en caso de ser necesario, al receptor del mensaje. Al leerlo, me trabo en un par de frases y, al finalizar, dándose cuenta que me había costado y con un dejo de vergüenza, me dice:
– Es lo mejor que pude, vio? Yo nunca fui a la escuela!

– No se preocupe! Se entiende perfecto, yo me encargo de llevarlo a la radio.
Al ver que estaba predispuesto a la charla, me sigue contando:

– Resulta que fui pa’l pueblo a sacarme una muela que me dolía mucho y me tuvieron 10 días internado porque tenía infección, y hasta que no pasó no me la sacaron! Y ahí nomás me vine pa’l rancho y cuando llegué, no se pa’ dónde se habrán ido los carneros.

Seguimos charlando y me invitó al rancho a tomar unos mates, le prometí pasar al día siguiente pero la nevada grande me corrió y quedó pendiente la visita.

Al alejarme, mirando por el espejo retrovisor, observo que baja el capot, arranca y sale para su rancho; y me deja pensando: el capot levantado sería para llamar la atención? Una picardía? Y sí, seguramente. En esos lugares recónditos, esperar que pase alguien pueden ser días, hasta semanas, y hay que asegurarse de no perder la oportunidad, no? Vaya uno a saber cuánto hacía que esperaba; la pregunta y su respuesta quedaron pendientes para la próxima visita.

A la noche entregué en Radio Nacional Jacobacci el papel para que lo pasen en los avisos para pobladores rurales.

Detrás de ese escrito con errores de los que muchas veces nos burlamos hay un ser humano, sin educación académica, pero instruido en la escuela de la vida dura y sacrificada de la estepa helada y ventosa de la Patagonia profunda.

“Le hace saber a sus vecinos, que perdió 2 carneros, uno coludo. Los dos con marcado EP y uno marco corazón en el asta. El que aporte dato hacer saber por este medio”

 

Texto y foto: Marcelo Minichelli – Río Negro

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