Las tierras altas de Somuncurá: la Laguna Azul, el Corona y el Puntudo

 

Allí, en las alturas de la meseta de Somuncurá, están ellos. al decir del poeta Francisco Chacho Rossi: “Están en el principio, como estaba el aire por el que uno iba y que después y siempre se volvía lejanías de parva y polvareda, o como estaba el otro aire, grande y hecho cielo lleno solo de sol, circunvalado por los cuatro horizontes que eran uno.

Estaban por la misma razón por la que estaba el fuego en los fogones, el olor a tierra húmeda en el trueno, el esplendor de la hora en la puesta. Si mirabas la lluvia venir atropellando montes, los veías. Si pensabas en el viento, los pensabas. Era un elemento más entre otros elementos, otra fuerza entre todas las fuerzas naturales. En el principio de todos los principios, en el principio aquel que fue la infancia no creías que hubiera tierra que no fuera campo ni otros que no fueran ellos: los hombres de a caballo”.

Los hombres de caballo que habitan los horizontes azules de la meseta de Somuncurá. Como Teófilo Pazos, como tantos otros que trajinan y que han trajinado por más de trece mil años los misterios de ese maravilloso “horizonte en movimiento”  que llaman la mesada que está arriba, donde el aire es más puro y el silencio rige y el viento habla por las piedras pitonisas.

Somuncurá, como dicen los naturalistas, es “una isla en tierra firme”, un “llamado de claves ancestrales en acecho”, un lugar donde al decir de Edgar Morisoli se asientan “Pueblos de adobe salitroso/ junto a la sombra de los chenques/ esquiladores y choiqueros/ pirquineros de mala muerte/ muchachita de los quinchos/ allá por Arroyo Verde/ ¿quién te corteja sino el viento/ por los chilares del poniente?/ Tenías ojos de chulenga/ y un asombro de miel silvestre”.

Las tierras altas de Somuncurá llenas contrastes sorprendentes: “meseta de superficie rocosa, agrietada, donde en cada grieta echan raíces plantas, peñascos de basaltos, cerros volcánicos y arroyos que nacen de manantiales y dan origen a pintorescos vallecitos”.

Tierra poca de pequeños crianceros, de corrales de pirca –hilachas del monte al viento y al sol- al decir de Tatano Lucero, de pequeñas majadas de ovejas, de la chivada entre los pedreros, donde Morisoli recuerda “un toro herido bramando y en su balido ardían las entrañas del cielo. Tres lazos lo amarraban contra la tierra oscura y un cuajaron de sombra le iba trepando el duelo. Don Andrés Huircaín lo degollaba casi piadosamente, y asperjaba esa tierra nevadora y doliente con la caliente sangre que manaba”.

Allí, en las tierras latas  de Somuncurá, la laguna Azul riela sus aguas con las rachas de viento arisco que baja de los cañadones. La Azul está colmada de leyendas y de mitos, cosas de la vieja raza, de panteones caídos, de creencias ancestrales. La Azul embruja con su belleza, atrae los ojos del forastero y abre sus arcanos “para el que sabe ver”; para el que sabe leer en el agua los misterios insondables de la naturaleza.

A un extremo de la laguna el cerro Corona, máxima altura de Somuncurá, viejo centinela de la estepa, otero sobre el páramo de basaltos y de coirón.

Al otro lado de la Azul, en razones de cercana vecindad, el promontorio singular del “Puntudo”, enviando mensajes por el aire de tiempos pretéritos, dolientes plegarias cuando lo habitan “los hombres de caballo” de Chacho Rossi.

Las tierras altas de Somuncurá, la laguna Azul, los cerros Corona y el Puntudo, durmiendo a la intemperie de un tiempo mejor sus sueños que vienen de lejos.

 

JORGE CASTAÑEDA

ESCRITOR VALCHETA

 

FOTO: SALVADOR CAMBARIERI

About Raúl Díaz

Check Also

Empresa de Río Negro de tecnología mundial ofrece pasantías pagas

  La empresa rionegrina Investigaciones Aplicadas (INVAP), con sede en Bariloche, ofrece pasantías rentadas para …