Destacan tarea de tres doctores en física de Bariloche que crearon empresa de biotecnología  

 

 

La visión de un grupo de científicos generó en Bariloche un polo tecnológico de clase mundial, con exportaciones de plantas llave en mano.

Hace unos meses, Nadim Morhell, Hernán Pastoriza y Darío Antonio, tres doctores en física del Instituto Balseiro de Bariloche, fueron seleccionados por Singularity University, universidad de Silicon Valley ligada a la Nasa y Google, para acelerar el desarrollo de MZP, la empresa de biotecnología que crearon a orillas del lago Nahuel Huapi.

En los modernos laboratorios que comparten el Instituto Balseiro y el Centro Atómico Bariloche (CAB) –un campus modelo de 60 hectáreas para la formación y la investigación científica– desarrollaron un viscosímetro con un microchip capaz de medir la viscosidad en sangre del recién nacido, extrayendo sólo una gota.

Esta tecnología, de bajo costo, permitirá prevenir peligrosas afecciones circulatorias. Pastoriza (profesor del doctorado) propuso la problemática a sus alumnos hace varios años ante una consulta del Hospital Zonal. Norhell, su alumno, encaró la investigación como trabajo de tesis y desarrolló un instrumento de medición en el laboratorio de nanotecnología. Profesor y alumno se asociaron e incorporaron a Darío Antonio, otro científico con experiencia internacional. Con el apoyo de la aceleradora de empresas de California, aspiran a llegar con su “microviscosímetro”, que fue patentado, al mercado global.

Satellogic, una empresa argentina que ya lanzó al espacio 5 nanosatélites de investigación, también fue incubada entre Silicon Valley y Bariloche. El emprendedor Emiliano Kargieman fue a estudiar a Singularity University. Allí imaginó cómo producir nanosatélites de investigación cuyo costo estuviera al alcance de universidades, investigadores y pymes, no sólo de gobiernos. De regreso en Argentina, recibió fondos del Ministerio de Ciencia y trabajó durante dos años en Bariloche, con científicos e ingenieros de INVAP, la empresa estatal de tecnología de alta complejidad creada en los 70 por un físico del Balseiro. Hoy Kargieman pasa gran parte del tiempo en Silicon Valley (el área de innovación tecnológica que rodea a la bahía de San Francisco en California), generando acuerdos con clientes e inversores internacionales. Quiere convertir a Satellogic en una empresa de proyección global.

Justamente, hace medio siglo, dos grandes pioneros, los físicos Carlos Balseiro y Conrado Varotto, profesor y alumno a su vez, concibieron a la investigación científica y la innovación tecnológica como motores del desarrollo argentino. “La materia prima más importante que tiene la Argentina es la materia gris,” sostenía Varotto, fundador de INVAP.

Una visión que adoptaron las grandes potencias del siglo XX, pero que nuestro país ignoró durante décadas, más volcado a la exportación de materias primas o a ensoñaciones industrialistas de baja densidad para el mercado interno. La inversión en investigación en la Argentina es muy baja, tan sólo 0,6% del PBI, y de ese magro porcentaje, el 70% corresponde al Estado. En Brasil, según datos del Banco Mundial, el porcentaje salta a 1,24% del PBI y en EE.UU. al 2,73%.

Hoy, cuando se sabe que la economía del conocimiento será el principal factor de progreso en el siglo XXI, el polo estatal, integrado por el Instituto Balseiro, el Centro Atómico Bariloche y la empresa INVAP, surge como el mayor reservorio de innovación y ciencias aplicadas a la producción del país.

Durante décadas, este polo atendió principalmente los requerimientos del gobierno argentino y gobiernos extranjeros. INVAP fabrica y exporta reactores nucleares de investigación, satélites, radares y centros de telemedicina nuclear. Pero ahora, muchos de los experimentados científicos y jóvenes graduados del sur parecen decididos a encarar un nuevo desafío: cruzar el llamado “valle de la muerte”, ese precipicio que en nuestro país tradicionalmente separó a los académicos de los hombres de negocios, al laboratorio del mercado internacional.

Paradójicamente, este polo de conocimiento nació en el corazón de la Patagonia debido a un gran fraude cuando, a fines de la Segunda Mundial, el físico filo nazi Ronald Richter convenció a Juan Domingo Perón que podía lograr la fusión nuclear, algo que ningún país había alcanzado (ver más información en esta página). En la Isla Huemul, cercana a Bariloche, se instaló un laboratorio secreto con tecnología de avanzada. El proyecto se canceló, pero el reconocido físico Enrique Gaviola propuso aprovechar el gran equipamiento encontrado en el laboratorio secreto para crear en Bariloche una universidad de excelencia para la formación de físicos y científicos. También impulsó al joven José Antonio Balseiro para dirigirlo. El instituto que hoy lleva su nombre se fundó en 1955 y depende de la CNEA y la Universidad de Cuyo. Cada año ingresan 15 alumnos por carrera, tras una rigurosa selección. Desde sus inicios, los estudiantes conviven con un claustro de profesores, integrado por científicos argentinos y visitantes extranjeros.

“En esa época, Bariloche tenía 15.000 habitantes y el avión llegaba sólo dos veces por semana. Era durísimo. Al poco tiempo, la mayoría de los siete profesores que vinieron con mi padre se fueron”, recuerda su hijo, el físico Carlos Balseiro, quien acaba de ser electo rector del Instituto que cumplió 60 años. “Pero mi padre, algunos colegas y los primeros egresados siguieron, convencidos de que en esa comunidad científica, alejada de la convulsión de Buenos Aires, se formarían las mentes que necesitaba la ciencia argentina”.

A principios de los ’70, otro visionario, alumno de José Balseiro, redobló la hazaña de su maestro. Tras una estadía en la Universidad de Stanford, el centro académico que generó el polo de empresas de tecnología digital que dio nombre a Silicon Valley, soñó con crear algo similar en Bariloche. En 1976 fundó INVAP. Varotto la dirigió hasta 1991; y desde entonces la conduce su discípulo Héctor Otheguy. Siguiendo los preceptos de su mentor, el CEO explica con orgullo: “INVAP es una empresa estatal, de la provincia de Río Negro, que vive de lo que vende. Reinvierte sus ganancias y sólo el 10% se reparte en partes iguales entre todos sus empleados. Varotto decidió crear una empresa porque quería hacer algo que sirviera”.

INVAP es la empresa pública más innovadora y eficiente de Argentina. En la última década tuvo una gran expansión y construyó una amplia y moderna sede junto al Nahuel Huapi. Para construirla, no recibió subsidios: emitió obligaciones negociables. La empresa, que en 2015 emitió ON por $200 millones, recibió ofertas por $10.000 millones.

Muchos de los profesionales formados en este enclave patagónico dirigen los proyectos más innovadores del país. Algunos cruzaron hacia otras actividades, como el actual director del Banco Central, Demian Reidel. Otros se desempeñan en los principales centros de investigación del mundo. Es el caso de Juan Martín Maldacena, uno de los físicos teóricos más reconocidos en el mundo.

Bariloche ya cuenta con 140.000 habitantes y hasta su intendente, Gustavo Gennuso, es un ingeniero nuclear del Balseiro. El impacto de este polo de conocimiento empieza a retoñar con fuerza en otras partes del país. Es el caso del polo de innovación tecnológica que Sancor Seguros está creando en Sunchales, Santa Fe.

Como no podía ser de otra manera, su promotor es otro físico visionario egresado del Balseiro. Nicolás Tognalli regresó a su Sunchales natal y convenció a empresarios que nacieron de la producción de lácteos de que el futuro de la Argentina no está sólo en las materias primas, sino en la exportación de conocimiento. Así nació Cites, la primera incubadora privada de empresas de base científica y tecnológica de Latinoamérica.

Silvia Naishtat para Clarín

 

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