Caramba con el ombú. “No es un árbol, es un arbusto”

Según el Diccionario de la Lengua Española en su vigésima edición, el ombú (del guaraní “umbú) es un “árbol de la América meridional, de la familia fitolacáceas, con la corteza gruesa y blanda, madera fofa, compa muy densa, hojas alternas, elípticas, acuminadas, con pecíolos largos y flores dioicas en racimos más largos que las hojas”.

Sin embargo, sin ser un purista del idioma, sería conveniente aclarar que el ombú no es un árbol sino un arbusto o como solemos decir en el habla popular: un yuyo o un yerbajo según otras definiciones.

Según los estudiosos, botánicos ellos, son contundentes: el phytolacca dioica “pertenece a la familia de las hierbas y puede alcanzar una altura de veinte metros y una circunferencia de hasta treinta metros, lo que la convierte en una planta gigantesca y única”.

Seguramente quienes pensamos en la inmensidad de nuestras llanuras la asociamos a un rancho, el palenque y naturalmente bajo el ombú algún gaucho tocando la guitarra, tema favorito de nuestros pintores criollos.

Digamos que sus flores y frutos –por lo menos en la creencia popular- “tienen propiedades medicinales, pero las sustancias que desprende de noche son muy nocivas”, y por eso no se entiende mucho que desde tiempos inmemoriales sea ubicado siempre en la proximidad de las viviendas.

Luis L. Domínguez en su conocido poema “El ombú” seguramente se toma una licencia poética pues dicho arbusto no representa a la pampa porque allí se enseñorea el caldén, que también tiene su historia.

Y no está de más deleitarnos con sus primeras estrofas: “Cada comarca en la tierra / tiene un rasgo prominente / el Brasil, su sol ardiente; / minas de plata, el Perú; / Montevideo, su cerro; / Buenos Aires –patria hermosa- / tiene su pampa grandiosa; / La Pampa tiene el ombú”.

“Si bien es planta que crece en forma aislada, sin formar monte, se pueden dar algunos agrupamientos, como ocurrió en el actual partido de Florencio Varela, en la estanzuela donde se criara el célebre autor de “Allá lejos y hace tiempo”, don Guillermo Enrique Hudson, lugar conocido como de “Los 25 ombúes”.

Por su parte, el escritor Marcos Sastre destacó entre las virtudes del ombú de poseer propiedades antisifilíticas.

El gran poeta Carlos Sabat Ercasty lo glosa en hermosos versos: “Toda su fuerza es pura, es sencilla, es tranquila. / Muestra el arranque áspero de sus turbias raíces. / Bebe luz, agua y aire. Sólo da sombra y música. / Jamás el hombre supo utilizarlo en nada. / No vierte miel ni tiene maderas resistentes. / Sólo es bueno y enorme. Y en la mitad del campo. / Sobre todas las cosas impone la Belleza”.

El gran poeta Fernán Silva Valdez escribió un logrado poema en el elogio del ombú que de alguna forma cerrará esta breve nota:

“Copudo, sombrío, verde, y casi siempre solo; / arriban, anidan los pájaros; / abajo, anidan los pájaros.  Tú le das una rama para su nido; / tú le das un reparo para su rancho; / y ellos en cambio alegran tu tristeza / haciendo nacer en ti la madrugada; / la madrugada; / ¡botón rosado de la flor del día!   Sobre tus raíces grandes y atormentadas / -el sombrero en la nuca y el barbijo en el labio- / se sentaron los rudos guitarreros / de manos varoniles y musicales / que hacían girar la rueda blanca y celeste / de los pericones nacionales.  Ombú / padre de la poesía rioplatense, / el redondel de tu sombra / está alfombrado de versos mayores; / el redondel de tu sombra / fue la Tabla Redonda de los payadores”.

Texto: Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta

 

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