San Blas: Territorio de leyendas, naufragios con tesoros, un millonario extranjero y más…

Hay un pueblo de mar que cobija historias fascinantes y propone épicas hazañas de pesca, se llama Bahía San Blas y se ubica muy cerca del epílogo de la costa bonaerense, a cien kilómetros de Carmen de Patagones.

En los tiempos actuales tiene bien merecida fama como “paraíso de los pescadores” y por ello recibe la visita de amantes de ese deporte que llegan desde los puntos más remotos e inimaginables del territorio argentino.

La localidad cuenta con un calificado y numeroso conjunto de empresas que prestan el servicio de excursiones embarcadas de pesca, internándose en sitios de nombres sugerentes como el canal Culebra, la boca del Arroyo Jabalí o las costas de las islas Flamenco, de los Césares, Gama y de los Riachos. Con el acompañamiento de timoneles guías, muy conocedores del frente marítimo y el recurso ictícola, el éxito de la jornada está asegurado.

Pero hay que señalar que han quedado en el pasado sanblaseño de la nostalgia aquellos multitudinarios concursos de pesca “de las 24 horas”, cuyos premios de estricto carácter deportivo eran sólo copas y medallas y tampoco se realizan ya las competencias de 12 horas de pesca variada cuya máxima recompensa era nada menos que una camioneta de marca japonesa cero kilómetro.

De todas formas la pasión cañófila se mantiene incólume. En la extensa avenida costanera se observan, de día y de noche, los campamentos pesqueros familiares, y desde la mañana temprano hay intensa movimiento de embarcaciones haciéndose a la mar desde la zona portuaria, abordadas por pescadores plenos de ilusión.

¿Se acaban con el asunto de la pesca los atractivos de Bahía San Blas? No, de ninguna manera.

Este cronista se permite sugerir que el ingreso al poblado, antes o después del pintoresco puente sobre el arroyo ya mentado se instale un cartel que le advierta al turista: “¡Usted está ingresando en un territorio de leyendas y hechos reales muy notables, prepárese para la emoción!”

De las pretéritas historias de combates entre invasores brasileños y valientes corsarios defensores, naufragios con tesoros de enorme riqueza y otras remotas acciones navales no quedan rastros. Sólo se encuentran retazos de tradición oral, sobre todo en cuanto al fantástico botín que en algún sitio de la isla Gama habrían enterrado los sobrevivientes del hundimiento de un buque cuyo nombre parece salido de una novela de Salgari: el Madagascar.

Este barco navegaba entre Australia e Inglaterra allá por 1853, transportando un valioso cargamento de oro y algunos pasajeros. La tripulación estaba conformada por presidiarios, que se amotinaron, asesinaron a los oficiales y viajeros y pusieron proa a Estados Unidos para vender el preciado metal, pero intentaron esconderse en San Blas y terminaron encallando sin remedio; antes de abandonar la nave escondieron la carga y huyeron por tierra. Después, por motivos que no se conocen, nunca pudieron volver a buscar el tesoro. ¿Está todavía allá, o es cierto que lo encontró un marino de origen italiano, Gerónimo Peirano, hacia fines del siglo 19? Hubo varios intentos, el más reciente hace unos sesenta años, pero nunca apareció ni un gramo de oro.

Lo que realmente fue una fortuna era la sal. Gigantescas montañas de sal se acumulaban junto al mar, en Bahía San Blas. El mineral llegaba por cañerías, impulsado con agua a través de un sistema de bombas movidas por motores de calderas a vapor, en tiempos en que aún no existían redes eléctricas en la región. La sal, elemento indispensable para la floreciente industria cárnica de fines de las últimas décadas del siglo 19, era cargada en barcos que la llevaban hacia La Plata y Buenos Aires. La explotación de la salina, en cercanías de Cardenal Cagliero, el trasporte, el embarque y la comercialización las realizaba un empresario de origen irlandés, Eduardo Mulhall.

Este poderoso empresario también era propietario, con su familia, de los diarios “The Standard” en inglés y “La Argentina” en castellano. Mulhall también se dedicaba a la explotación lanera y construyó, allí en San Blas, una casona de estilo colonial americano.

El negocio de la sal expiró con los primeros años del siglo 20, tras la instalación de los frigoríficos. La crisis posterior a la primera guerra mundial también arrastró a la quiebra a los diarios de los Mulhall y para pagar la deuda por la compra de papel las tierras y la casa de la estancia San Blas pasaron a manos de otro empresario extranjero, el alemán Bruno Wasserman, que tomó posesión del enorme feudo hacia 1926.

Durante los 40 años siguientes el apellido Wasserman estuvo asociado al poder y la riqueza. Entre los 30 y los 50 la estancia Wasserman fue escenario de fiestas extravagantes con visitantes de la alta aristocracia y del ambiente artístico. Bubby Wasserman, último heredero de la fortuna que poco a poco se fue evaporando, fue protagonista de episodios extraordinarios que ya fueron contados en otra crónica. (Ver: “Bubby Wasserman, el magnate de San Blas, fue un extravagante cuya auténtica personalidad es casi desconocida” en Comarca Patagones Viedma: un viaje al pasado, en Facebook).

El pórtico de entrada, la vivienda de los caseros, la casona, la casa de la playa “La Rebeca” y el haras (donde hubo un fastuoso proyecto de turismo rural hacia fines del siglo 20) todo está en ruinas actualmente. Sólo se salvaron del deterioro la capilla, donde cada tres de febrero (día de San Blas, patrono de las vías respiratorias) se realiza la santa bendición de las gargantas. También se conserva, en el subsuelo del templo, la cripta que guarda los ataúdes con los restos mortales de varios miembros de la familia.

Pero la presencia de la dinastía Wasserman y sus, excéntricas costumbres sigue vigente en San Blas.

Hay otras presencias permanentes, a pesar de la muerte, el olvido y el abandono.

Una de ellas es la del sacerdote franciscano Esteban Gregov, de origen croata, quien cumplió una promesa a la virgen y construyó –casi con el esfuerzo propio de sus manos- un centro de meditación y descanso ubicado al borde la ría. El padre Esteban traía al sitio a chicos de uno de los barrios más pobres del Gran Buenos Aires, para ofrecerles el contacto con el mar y la naturaleza, en un clima espiritual. Murió hace diez años, actualmente el sitio está abandonado.

Un poco más allá también reina la tristeza en lo que fue “el puerto del inglés”. En la punta misma del banco, casi justo en la desembocadura del arroyo del Jabalí, están el puerto pesquero y taller naval que levantó con enorme laboriosidad el navegante Bruce Trousdell, argentino pero de padre estadounidense y madre inglesa.

Bruce aprendió de joven el oficio de carpintero naval en Viedma, con el notable constructor de barcos Antonio Pelle, y se instaló en San Blas para dedicarse a la pesca comercial. Después de su muerte es muy escasa la actividad en el lugar. Varias embarcaciones quedan allí, dando testimonio de los tiempos de pujanza en la actividad pesquera en escala industrial.

Nada se ha dicho, hasta este punto, acerca de la belleza del paisaje marítimo de San Blas. La forma de la bahía es atractiva, el mar resplandece, ya sea recostado sobre un malecón natural de canto rodado o en la playa de arena; gaviotas y otras aves marinas sorprenden al visitante con elegantes acrobacias. El aire es puro. Entre los médanos, al amparo de los fuertes vientos, la naturaleza ha creado maravillosos parques de cactus, que en diciembre regalan color a raudales. ¿Cómo no habrá de atraer este escenario a turistas procedentes de las grandes ciudades?

Entre las personalidades que antaño elegían Bahía San Blas para la práctica de la pesca deportiva y la vida en naturaleza se recuerda al genial intérprete y compositor musical Astor Piazzolla. Se cuenta que, en los años 70, le gustaba escaparse de Buenos Aires para dedicarse un par de días a la captura de tiburones, que llegaba en compañía de su hijo Daniel (a quien alguna vez le dijo “mientras yo pueda seguir pescando tiburones voy a poder seguir tocando el bandoneón”) de su gran amigo, el poeta Horacio Ferrer, y la cantante Amelita Baltar, su esposa de entonces.

Por iniciativa de la laboriosa Biblioteca Popular Alfonsina Storni, de Bahía San Blas, hace dos años se realizó e instaló una escultura de homenaje a Piazzolla. El autor de la obra es el artista plástico Rafael Crivaro y está emplazada en la avenida de acceso.

Detenerse a observarla e imaginar el sonido particular del fuelle del gran Astor, tal vez interpretando ese tango “Escualo” compuesto allí en San Blas, es como regalarse un momento de poesía e inspiración.

Inspiración que también estuvo presente entre los miembros directivos de la misma biblioteca Alfonsina Storni al convocar, años atrás, a los lectores y vecinos del pueblo marítimo para que eligieran al “ave emblemática de Bahía San Blas”. Tarea que se cumplió y dio como resultado la elección de la calandria, esa amigable cantora de tonos cambiantes que alegra las mañanas de los habitantes de este bello rincón patagónico. Una iniciativa que tal vez no tuvo la trascendencia necesaria y apropiada y que bien podría ser imitada en otras localidades, tal como se hizo en Bahía San Blas.

Bahía San Blas, un territorio de leyendas y hechos reales muy notables, un sitio para la emoción.

 

Por Carlos Espinosa, periodista de Carmen de Patagones y Viedma, diciembre de 2022

 Texto: publicado en Agencia de Noticias Patagónica (APP Viedma)

Título original de la nota: Un pueblo de mar que cobija historias fascinantes y propone épicas hazañas de pesca

 

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