Se fueron de Río Negro a La Pampa para que estudie en una escuela especial

 

“Tu hijo debe ir a un colegio especial”: dejaron Bariloche para instalarse en la única provincia, La Pampa, donde todos los chicos con discapacidad estudian en escuelas comunes

Pablo y Griselda se mudaron a La Pampa cuando vieron que Joaquín empezó a retroceder en sus aprendizajes desde que lo obligaron a pasarse a una escuela especial; con el enfoque pampeano, su hijo no solo completó el secundario sino que ahora estudia música en un terciario. En esa provincia, la inclusión es casi plena

Cuando Joaquín, que este año cumplió 24, tenía 11 años y llevaba tres en una escuela especial, sus papás, Pablo García (54) y Griselda Pagnanelli (53), llegaron a la dolorosa conclusión de que, para que su hijo progresara en la escuela, tocaba barajar y dar de nuevo. Que eso no sucedería en la ciudad que habían elegido para echar raíces como familia: Bariloche.

“Joaquín tiene una discapacidad intelectual por una mala praxis médica cuando era pequeño. Tiene un retraso en el procesamiento de la información. Cuando ese procesamiento se logra, puede hacer las cosas sin problema. Así que, de chico, era muy autónomo y además muy educado, un lord”, explica Griselda, su mamá.

Pero su paso por la escuela común no había sido positivo. Así que, en un punto del trayecto escolar, los directivos les aseguraron que, la única posibilidad para el niño estaba en la escuela especial. “El problema fue que allí, lejos de avanzar, retrocedía. Era desesperante”, agrega la mujer.

Así fue que, en 2010, y tras sumarse a diferentes foros en redes sociales sobre educación inclusiva, Griselda supo que la provincia de La Pampa estaba desarrollando un proyecto interesante. “Yo nací en Bariloche, pero como Pablo es de La Pampa, nos pareció que valía la pena intentarlo. A finales de ese año fuimos a Santa Rosa e hicimos averiguaciones para mudarnos. Como habíamos ido con Joaco, una escuela estatal nos ofreció evaluarlo para ver en qué nivel estaba y accedimos”, relata.

Una semana más tarde, la respuesta de la escuela especial que lo evaluó superó sus expectativas. “Nos dijeron que nuestro hijo estaba en condiciones de cursar en una escuela común, con un docente de apoyo. No lo podíamos creer. Así que, al ver que el sistema nos abría los brazos de esa manera, no lo dudamos. Dejamos todo en Bariloche y nos mudamos a La Pampa”, agrega la mamá de Joaquín.

La frase “dejamos todo” de Griselda no tiene matices. La familia dejó la casa confortable en la que vivía en San Carlos de Bariloche, la pareja dejó sus trabajos -él, en el rubro turístico y ella, como profesora de danza- y hasta Nacho, el hijo menor de la pareja, que estaba en primer grado, tuvo que dejar a sus amigos. “Teníamos una vida social muy activa y un buen pasar económico”, recuerda la mujer.

En La Pampa tocó empezar de nuevo, con mucho esfuerzo y sacrificio, según agrega Griselda, danzaterapeuta de profesión. Si bien habían llegado con promesas de trabajo, ninguna se concretó. “Los primeros tres años trabajamos de lo que fuera. Hasta una verdulería tuvimos, y casi nos fundimos”, grafica Griselda.

¿Qué ocurría en La Pampa que ameritara el sacrificio? En 2003 la provincia había comenzado a innovar en términos educativos, sumando experiencias de inclusión en las escuelas comunes. Ese proceso se fue intensificando con los años, alumbrando experiencias como la de Joaco, en un contexto en el que la inclusión todavía no era para todos.

Sin embargo, a partir de 2017, con la creación de la Dirección General de Transversalidad de la Educación Inclusiva, el impulso en este sentido fue contundente. Actualmente, el 98,5% de los chicos pampeanos con discapacidad y en edad escolar, asisten a escuelas comunes. Según el titular del área, Ladio Scheer Becher, sólo 17 alumnos y alumnas con discapacidad de un total de 1998 no van, por ahora, a escuelas comunes.

“No podíamos dejar a nuestro hijo crecer sin futuro”, explica la mamá de Joaquín, dejando en claro cuál fue el motor del desarraigo de entonces. Los García Pagnanelli llegaron a Santa Rosa unas semanas antes del comienzo de clases. Y ahí se llevaron la siguiente sorpresa, la más grande. Si bien ellos suponían que Joaquín iba a cursar un año, como transición, en la escuela especial, los planes de la escuela eran diferentes.

Nos dijeron que él estaba preparado para empezar la secundaria junto a una docente de apoyo sin ningún tipo de transición. No lo podíamos creer. Él había dejado la escuela común en segundo o tercer grado, y la experiencia había sido terrible. De ahí a empezar el secundario en una escuela común, nos pareció un cambio enorme. Y nos dio un poco de miedo”, agrega Pablo, mientras su hijo sigue atentamente el relato. Está sentado frente a sus padres, en una de las aulas de la Escuela de Apoyo a la Inclusión N° 1, ubicada en Santa Rosa

Griselda le pone contexto a ese miedo. “Veníamos tan cascoteados, después de pasar por diferentes escuelas en Bariloche, que un poco terminás creyendo que el único lugar posible para tu hijo es la escuela especial. Entonces, una escuela común te hace tenerle miedo a la discriminación. Además, nos preguntábamos si podría con tantas materias”, sostiene.

Pero Joaquín pudo. No sólo terminó la secundaria, con ayuda de una docente de apoyo, sino que, después de hacer una pausa durante la pandemia, comenzó a estudiar música en la Escuela Municipal de Música de Santa Rosa. “No sé muy bien todavía qué me imagino haciendo una vez que termine los estudios. Pero lo que sea, va a ser dedicándome a la música”, dice Joaco, un joven altísimo, de voz dulce, que sueña con poder comprarse una batería eléctrica para poder darle rienda suelta a su pasión por ese instrumento.

“Cuando pasó a la especial, volvió a comer con las manos”

Fue al comienzo del jardín de infantes, en San Carlos de Bariloche, que Pablo y Griselda comenzaron a notar que algo no andaba bien con su hijo. “Nos llamaba la atención que no dibujaba. Primero creímos que era porque una maestra le había dicho que dibujaba feo, y eso lo había afectado mucho. Pero enseguida sospechamos que podía haber algo más”, relata la mujer.

“Joaco había tenido serios problemas intestinales desde bebé, nada bien manejados por los profesionales que lo fueron viendo. Y después de algunas consultas neurológicas, nos dijeron que aquel problema había tenido impacto en su desarrollo cerebralQue era algo irreversible”, puntualiza Griselda.

Joaquín transitó el nivel inicial en dos jardines de infantes y, según cuenta su mamá, en ambos sufrió situaciones de violencia. “Yo denuncié esas situaciones y me convertí en una mamá incómoda para el sistema educativo de ese momento. De ahí lo derivan a una escuela común ubicada en una zona de gran vulnerabilidad, en donde los chicos traían de sus casas problemáticas muy complejas. No era el mejor lugar para él y, para colmo, no nos dejaban ponerle un docente acompañante, porque en ese momento, en la escuela pública no se podía”, relata la mujer.

Al año siguiente, citaron a Pablo y a Griselda para decirles que la única opción para Joaquín era una escuela especial. Y no les quedó otra que pasarlo. “Fue el neurólogo el que empezó a decirnos que teníamos que irnos. Que Joaquín había llegado a su techo en Bariloche, pero que tenía mucho potencial. Por otra parte, veíamos que retrocedía. De repente empezaba con gritos en cualquier lugar, y él, que siempre había comido muy bien, empezaba a comer con la mano”, enumera Pablo.

Los años en la escuela especial no dejaron buenos recuerdos para la familia. Según afirma Griselda, no abundaban las propuestas creativas en los diferentes talleres en los que Joaquín repartía sus horas en la institución. Para empeorar las cosas, los padres de Joaquín sostienen que, en términos edilicios, a la escuela le faltaba mucho mantenimiento. En invierno, los chicos pasaban frío.

Por todo esto es que la pareja no deja de valorar el enorme salto que dio su hijo al comenzar la secundaria en La Pampa. Griselda rescata lo afortunados que fueron de cruzarse, en aquel momento, con Alejandra Cueto, actual directora de la Escuela de Apoyo a la Inclusión N° 1 “Frida Kahlo”, en donde tiene lugar esta charla.

En aquel entonces, cuando la familia estaba recién llegada, Cueto se dedicaba a ser maestra integradora. Desde ese lugar estuvo al lado de Joaquín durante los seis años de secundaria.

“Yo acompañé a Joaquín y a otra compañera suya, que había hecho toda la primaria en un colegio primario sin problemas pero que, al pasar al secundario, le dice a la familia que allí no podía seguir. Ellos fueron los primeros alumnos incluidos en esa secundaria. Pero les fue muy bien. Hacían el horario completo y trabajaban todas las materias”, explica Cueto a LA NACION.

La docente agrega que el acompañamiento fue desvaneciéndose gradualmente con el paso de los años. “En sexto año, prácticamente, ya no intervenía. Con respecto a Joaquín, los docentes ya habían comprendido que Joaquín podía trabajar todos los contenidos, pero que había que variarle el soporte. Lo suyo es la oralidad, entonces era cuestión de acercarle el material en video”, explica.

En lo social, también pudo generar buen vínculo con sus compañeros. “Joaquín tenía permitido hacer las evaluaciones con carpeta abierta. Recuerdo que una vez, sus compañeros cuestionaron eso: ‘¿Por qué Joaquín puede y nosotros no?’, plantearon. Yo primero me enojé con todos pero después entendí lo que pasaba: lo consideraban un par, uno más. Entonces querían tener la misma posibilidad que él”, relata Cueto.

Es, justamente, la posibilidad de crecer entre pares y generar sentido de pertenencia uno de los aspectos que más valora Griselda del paso de su hijo por la escuela secundaria. “Fue un chico querido, que pudo crecer entre otros adolescentes. Eso significa muchísimo cuando venís de una experiencia como la nuestra”, dice con emoción.

Nadie puede saber qué sería hoy del presente de Joaco si la familia no hubiese tomado la determinación de mudarse de provincia. Pero a la luz de todos los avances que logró tras haber tomado esa determinación, Griselda está convencida de la importancia de que las familias con chicos con discapacidad no bajen los brazos.

A veces, el sistema educativo que lamentablemente impera puede hacerte creer que la inclusión no es posible. Te desgasta hasta que creés que en las escuelas de nivel no hay lugar para tu hijo. Pero la inclusión no solo es posible sino que además es un derecho. Así que no está permitido bajar los brazos, tenés que seguir peleándola. Tenés que aprenderte todas las leyes y artículos, para ir a discutir con fundamento”, recomienda, bajo la mirada atenta de Joaquín, que también tiene algo para decir: “Que las familias no bajen los brazos. Y que ese chico o chica, le meta para adelante, que luche por lo que quiera, si quiere ser músico, que sea músico. Siempre para adelante, como un guerrero”.

Texto: Lorena Oliva LA NACION

 

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