Ladrones, asesinos y caníbales chilenos en Río Negro. “Lo que hicieron fue muy alevoso”

Tiempo atrás, una publicación de Buenos Aires reactualizaba un episodio registrado en Río Negro entre 1905 y 1910, cuyos principales protagonistas fueron indios chilenos y vendedores ambulantes o mercachifles sirios.

“El diario me impulsó a que buscara el libro que sobre estos hechos delictivos,  desgarradores y repugnantes”, publicó el apreciado amigo Elías Chucair, “Partidas sin regreso”, en el que tras una larga y prolija investigación detalla los aberrantes sucesos producidos. Señala Chucair que los comerciantes de General Roca comenzaron a incomodarse y preocuparse, al observar que los “mercachifles” a los que les habían entregado mercaderías para comercializar, no regresaron en las fechas que estimaban.

Interesado por el tema que se conocía por comentarios, Don Elías toma contacto en 1969 con  Juan Armando Chuquer, quien se convertiría en un informante valioso de muchos episodios ocurridos en la región y que sobre el tema que nos ocupa le dijo: “¿Usted no sintió hablar algo de la matanza de los turcos en Lagunitas, entre 1905 y 1910?” y fue entonces que Chuquer comenzó a informarlo sobre aquella trágica historia.

“Mire, aquello que hicieron unos cuantos cabecillas de indígenas chilenos fue muy alevoso. Después que robaban a aquellos pobres mercachifles, los asesinaban de la manera más cruel y le llegaban a sacar el corazón y los testículos y se los guardaban, porque creían que teniéndolos en su poder no iban a ser descubiertos. Después descuartizaban sus cuerpo y hasta se comían algunas partes y, finalmente, quemaban los restos y los ocultaban para no dejar ningún rastro.”

“Se decía en aquellos años –prosiguió Chuquer –que eran más de cien los que habían desaparecido”. Según el informante de Don Chucair el asunto tomó tanta difusión que trascendió las fronteras, comentándose que hasta el Consulado del Líbano se interesó en el asunto y quería intervenir, lo que no prosperó porque nuestras autoridades prometieron algo que no cumplirían, que investigarían y harían justicia.

Para ese entonces los comerciantes de General Roca, Eldahuk Hnos, Mehdy David y Miguel Yunes, que habían entregado mercadería en consignación a los mercachifles, con el compromiso de estos en abonar cuando retornaran, comenzaron a preocuparse ante la demora del regreso y también obviamente por la falta de pago de la mercadería entregada y reclamaron ante las autoridades, las que respondieron favorablemente.

Por lo tanto, el gobernador de Rio Negro, en ese entonces Territorio Nacional, Carlos  R. Gallardo y el jefe de Policía Domingo Palasciano dieron orden al comisario José Torino, hombre valiente y con capacidad suficiente, para que realice en la zona de Lagunitas una intensa batida, ya que consideraban a ese lugar como refugio de bandoleros  y cuatreros.

El comisario Torino recibió asimismo un masivo apoyo de la población, que además de desearle lo mejor en su misión, colaboraron con caballos que, consideraron, serían necesarios  para las remudas, ropas, comestibles  y otros elementos que podrían ser útiles para la travesía.

Cabe recordar, por otra parte, que el paraje Lagunitas, ubicado en plena meseta patagónica se  encontraba a más de treinta y cinco leguas de poblaciones o centros que contaban con Policía y, por lo tanto, se asentaban allí  grupos de indígenas chilenos que contaban por las razones expuestas, con facilidades para sus sistemáticas acciones delictivas durante años, sin que fueran advertidas.

Ya en el lugar, el comisario Torino encuentra en el menor Juan Aburto la punta del ovillo de los aberrantes crímenes cometidos por los aborígenes chilenos que costó la vida a más de cien mercachifles sirios.  El joven Aburto, quien afirmó haber sido testigo de por lo menos cuarenta de esas atroces muertes, vinculó como algunos de los responsables a los habitantes de los Toldos de Vila, Zañico, Aburto, Muñoz, Cuya, Castro y Antonia Gueche a quien apodaban Macagua, una mujer que vestía como varón y actuaba como un hombre, demostrando una crueldad inusitada.

A Macagua le atribuían además facultades de hechicera y curandera y se la distinguía también por los andrajos que vestía, la falta de higiene y su mal oliente presencia. Don Chucair cuenta también que cuando los delincuentes encabezados por un tal Loncon decapitaron a un sirio conocido por Emilio, luego junto a Zañico partieron el cuerpo en dos y Macagua le abrió el pecho y el vientre para extraerle el corazón y según dijo “Lo voy a secar y guardar porque es bueno para tener coraje para matar turcos y cristianos.”

En su relato Chucair señala también que en un toldo dieron fin a la vida de dos personas de apellidos Frai o Frail, y al encontrarse aún uno en agonía, Macagua le asestó un golpe en el cráneo con un hierro y de inmediato le abrió el pecho para extraerle el corazón manifestando: “Voy a apurarme a sacarle el corazón a este turco antes que muera, pues he visto que es bueno sacarle el corazón a los cristianos aun vivos, el corazón y el de los turcos debe ser bueno sacarlo y tenerlo dentro del toldo para gualicho.

Tras las crueles acciones descriptas, se organizó una “churrasqueada” con carne de los árabes, que la propia Macagua ordenó asar.

Según sostiene Don EliasChucair en su libro, tras haber consultado distintos archivos, las personas desaparecidas superan las ciento treinta, victimas todas de las acciones aberrantes de caciques, capitanejos e indios cómplices, todos chilenos, los que tras ultimarlos con sus despiadadas acciones se apoderaron de las mercaderías para pasarlas al vecino país donde contaban con contactos.

Afirma Chucair haber obtenido de los archivos consultados que entre lo robado en nuestro territorio los delincuentes chilenos pasaron hacia su país, no menos de 50.000 lanares.

De los mismos archivos surge además que la banda de asesinos estaba compuesta por alrededor de 80 forajidos, 45 de los cuales fueron detenidos junto a ocho mujeres.

Conviene aquí destacar la trascendente tarea que tuvo que emprender el comisario Torino con su gente para trasladar a toda la banda de ladrones y asesinos hasta General Roca para el correspondiente proceso.

El comisario Torino organizó el traslado de la banda que le demandó más de 15 días de marcha, a razón de cinco horas por jornada, para recorrer los setenta kilómetros que le insumió la travesía por terrenos solitarios y difíciles. Sin olvidar además que debían evitar hacerlo en horas de la noche ya que había que  adoptar todas las precauciones del caso, debido a la peligrosidad de los trasladados.

Para culminar y sin necesidad de insistir en el rechazo que produjo un hecho de tal naturaleza, como así también de abundar en detalles del aberrante suceso, destaquemos la tarea llevada a cabo por el comisario Torino y sus colaboradores que logro esclarecer los hechos, detener los ladrones y asesinos y entregarlos a la justicia.

Lamentablemente, como aún hoy padecemos, la Justicia defraudó a la población, ya que no consideró suficientes las pruebas presentadas por Torino, ni las declaraciones de testigos, ni  la aceptación de los cargos de los propios delincuentes, como tampoco tomo en cuenta lo actuado por la autoridad policial, condenando entonces al comisario Torino, que cumplió acabadamente con su deber,  liberando a los malvivientes, ladrones y despiadados asesinos.

Chucair incorpora también en su libro un artículo publicado en el diario Rio Negro el 28 de enero del 2003 elaborado por el profesor Nilo Juan Fulvi, quien sostiene que conociendo los hechos descriptos se podría presumir que los delincuentes pasarían el resto de sus días entre rejas y el comisario Torino, habría recibido por lo menos  un reconocimiento oficial por su eficiente y sacrificado trabajo.

Sin embargo, ocurrió como ya adelantamos, todo lo contrario, los delincuentes sobreseídos y el comisario procesado, acusado de abuso de autoridad y lesiones graves y apresado.

Esto a raíz de la connivencia de fiscales y jueces, con comerciantes inescrupulosos, tanto de aquí como del otro lado de la cordillera,

Para concluir, tomo palabras textuales de Don Elías Chucair en el final de su libro: “No hay palabras para calificar los horripilantes crímenes cometidos cien años atrás en forma despiadada, alevosa y sistemática por indígenas provenientes de Chile y estratégicamente ubicados en una región  desértica del territorio rionegrino para consumar sus repudiables objetivos.

Texto: Eduardo Reyes, periodista y escritor de Viedma

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