Patagones: El abuelo pescador, el fiel Renault 12, los nietos, un barrio de la ciudad…

Suena el teléfono fijo. Y es el abuelo, sábado por la tarde. “Hola hija, mañana vamos a ir a pescar, avisale a Guillermo. Paso a las 8”.

Ese 8, eran las 8 de la mañana del domingo, nosotros con Guille, generalmente los sábados, salíamos al boliche o nos juntábamos con los amigos; eso significaba que no íbamos a dormir mucho. Había que poner el despertador, el que nos regaló mamá para que no nos quedemos dormidos, uno gigante que tenía campanas y un martillito en el medio, que hacía despertar hasta el vecino.

Si Felipe iba a pasar por nosotros era porque el sábado había mirado el cielo y el buen tiempo coincidía con la marea y el día domingo. Él sabe esas cosas. Mira el cielo y te dice, si va haber viento, si va a llover, si va hacer mucho calor, él sabe leer las nubes, el color de los días, los matices de los atardeceres y no adivina. Sabe.

(Quizás a los 60 sepa leer los cielos, o quizás no.)

Cuando había luna llena él la observaba y te podía decir, como iba ser la semana. Si la luna tiene un círculo redondo, significa que se hizo con agua y llueve siete días seguidos. Como estos días, seguro la luna se hizo con agua.

Ya domingo. A las 8 menos 10 llamaba por teléfono y decía. “Ahí voy”. Eso quería decir que con Guille saltábamos de la cama y llegábamos a lavarnos los dientes, la cara y vestirnos. Agarrábamos ropa de abrigo algunas galletitas y salíamos.

Durante el sábado a la mañana, Felipe comenzaba los preparativos. Para que en el Renault 12 no falte absolutamente nada de nada, de lo que pudiera necesitar, en un día de playa con sus nietos. Sus únicos nietos. Todo lo que se imaginen, probablemente Benjamina estaría preparando las milanesas, para que estén bien adobaditas y las hacia ese mismo sábado, para comerlas en sanguchito, en la playa angosta de la Villa 7 de Marzo, en Patagones.

Desde una caña, para cada uno. La de pejerrey, para cuando está bajando la marea, las sillitas, la garrafita para los mates y el agua caliente, lonitas, soguitas, los baldes por si había buen pique, las sombrillas, un bidón de agua dulce de 5 litros. La conservadora. La marmita con las milanesas. El taper con los huevos duros y los tomates, el salerito de taper celestino, los trapitos, los atorrantes y su prolija, ordenada y casi intocable caja de pesca. Con las madres todas listas. El cuchillito para la carnada. Porque Felipe es coleccionador de cuchillos y hay un cuchillo para cada cosa. También están los de la pesca.

 Cuando llegaba al barrio Bicentenario, a Gómez de la pinta 32. Tocaba bocina y ahí estaban los dos nietos, con cara de dormidos y resaca de sábado. En la parte de atrás, del Renault 12 rojo, había lugar para dos. Porque alguna caña. La de pejerrey iba adentro en el medio del asiento.

Me parece que usábamos las camperas de almohadas, muchas veces nos dormíamos, y en el pasacassette, sonaban los acordeones del chamamé.

Y así empezaba el viaje a La Baliza. Con olor a abuelos, la abuela moviendo lo cabeza al sonido de la verdulera, y el mate que daba aliento al conductor.

Y entonces Felipe hacáa el análisis del campo. Que si estaba seco el suelo, que si había avestruces, que las perdices nos saludaban, la historia de la escuela, en esta curva murió fulano, en aquella curva una vez auxiliamos a mengano. Que los piquillines, que las cuevas de los peludos y los caballos argentinos mirándonos pasar.

Todo siempre ha sido a manera de ritual. Sus asados. Sus cumpleaños con gente bailando. Sus salidas a las yerras. Los rituales en el almuerzo. Los platos mochos cuando no había invitados y los nuevos impecables, para celebrar la visita.

Todo un ritual. Que después de su jubilación ordenó los días de la semana. Sin poder modificarlos porque si. Sin ninguna razón. Se come a las 12 y los domingos a las 12 menos 5, se toma el Gancia con mani. De esos de cáscara para pelar.

Elegir un lugar en La Baliza para pescar era estratégico. Creo que le daba adrenalina, saber si su lugar preferido, no se lo había ganado alguien. Que bronca que le daba, si se lo habían ocupado. Igual tenía plan a,b y c. Y cuando encontraba el lugar. Parecía que siempre era perfecto. “Ahora si” decía con énfasis.

Cuando había que bajar las cosas, él no nos dejaba tocar nada, primero agarraba su caña. Su caja de pesca, un atorrante, la sillita verde y salía. Sólo. A plantar bandera, después nos hacia el gesto para que nos instalemos.

Siempre era un placer oír el mar. Olerlo, vernos las caras a los 4, de que era un hermoso plan. Estar ahí terminando la semana. El abuelo preparaba las cañas. Y las dejaba listas. Guille o la abuela ponían las sombrillas y Felipe las aseguraba con las soguitas. Por si se levantaba viento.

Siempre era un festejo el primer pique. Verlo sacar con magia cada línea, para que no se escape, y la cara de felicidad de todos cuando asomaba bajo la última ola, la pescadilla, la corvina, un lenguado o algún desafortunado gatuzo. El intuía que venía. Una vez le pregunte como sabía eso. Y él me dijo que cada pez lucha distinto por su vida.

Mi abuelo es un pez grande y sabio. Ordenado. Metódico. Con ideales y convicciones. Lejos de romantizar el amor que le tengo. Sé que intentó vivir la vida y disfrutar de ella. Dentro de sus rituales diversos. Tengo miles de anécdotas. Pero creo que las más bonitas, están en la baliza. Junto al mar. Él es quizás como una mantarraya, se aferra a la vida, y se pega al fondo del mar. Hasta que el pescador se cansé, o ya no sepa como hacer fuerza, para sacarla de su lugar preferido, ó hasta que se corte la línea. Y la pacha le dé una segunda oportunidad, para nadar un rato más.

Nació en Los Menucos, la bonita Línea Sur, de Río Negro, en el medio del campo, con sus ovejas, caballo, fue un ratito policía, después entró en Ferrocarriles Argentinos y ahí se jubiló. Peronista, porque dice que Perón le dio la identidad. Que antes de Perón los gauchos como él no eran nadie. Y con Perón fueron gente.

Fue de los primeros tres pobladores de Villa Linch y ahí se quedaron con la abuela Benja. Perfecto plan. Al lado de la estación de trenes y a dos pasos del Hospital Municipal. Éste que hoy nos da cobijo. Un domingo. Donde amaneció lindo. Para ir a pescar. Gracias abuelo. Gracias. Sabes que te amo.

Lauritis Calfin Sweridiuk

Carmen de Patagones

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