Yo quiero volver a jugar con la Pulpo. Preferida por la barra de chicos de mi infancia

 

La querida pelota “Pulpo” aún continúa en mi recuerdo saltando casquivana por las veredas de mi barrio natal de La Falda de la ciudad de Bahía Blanca.

A su propio antojo me dejaba a veces desubicado porque saltaba por donde yo menos la esperaba. Es que la Pulpo tenía vida propia.

Redonda, de diferentes tamaños, rayada con los mismos colores, era la preferida por la barra de chicos de mi infancia. Y para jugar a la “cabecita” no había como ella. Hasta había un petiso habilidoso que siempre batía el récord porque había una relación de embonía entre ella y él.

Cuando llegó el asfalta a la cuadra de mi casa parecía haberse convertido en más saltarina y juguetona, tanto que a veces se introducía en alguna casa donde la vecina la atrapaba y amenazaba con cortarla con su tijera de modista. Nosotros, muchachos en ese entonces, teníamos mucho miedo del pulpicidio. Nos quedaríamos sin ella.

Era más barata que las pelotas de fútbol que harán prácticamente inalcanzables para los menguados bolsillos de nuestros padres obreros de clase media. Pero si algún afortunado conseguía alguno era el dueño de la pelota y la pobre Pulpo, yo creo que muy triste, lloraba su pena arrumbada en algún rincón.

La Pulpo tenía olor a goma, era hermosa como una quinceañera, e igualadora porque siempre tuvo las rayas de los mismos colores.

Para el hoyo pelota no servía, porque la más apropiada para el fusilamiento contra el paredón de la prenda era su hermana más humilde: la pelota de trapo.

Seguro pienso yo que papa Noel y los tres Reyes Magos cargaban en sus maravillosas bolsas muchas Pulpo. Eran días de ilusiones y alegrías.

A veces las veía nuevitas y lindas en los escaparates de las jugueterías del centro y me enamoraba de ellas irremediablemente. Si alguna se nos perdía llorábamos de pena por su ausencia.

Se sabe, haciendo un poco de historia, que en el año 1936 un señor llamado Lanfranconi, creó la célebre y querida pelota de goma protagonista de esta nota nostálgica. Para ello –dicen- ideó un sistema que le permitió inyectar goma de color rojo sobre la goma blanca, lo que determinó su rayado tradicional. El nombre de esta recordada pelota se originó en el apodo con que se conocía a Gerildo por la fortaleza de sus brazos: el Pulpo.

Alguien, acertadamente, supo decir que “más que un juguete, fue un instrumento avanzado de capacitación. Dócil y gauchita, no ponía reparos en concedernos la gracia de esos efectos de tres dedos o de guadaña, pequeñas veleidades que uno iba incorporando a su incipiente batería de recursos. Buena en los patios, en los pasillos y en las veredas, su jurisdicción no llegaba a los potreros, donde desentonaba cuando salía disparada sin rumbo, como una liebre asustada, al rebotar contra cualquier piedrita. Porque no intimidaba era ideal para aprender a cabecear. Una esfera mágica y perturbadora, de goma y a rayas”.

LA PULPO: Antigua pelota Pulpo/ recuerdo de mi niñez/ nostalgia de las veredas/ y de un tiempo que se fue.  Tu olor a goma persiste/ como la primera vez/ jugando a la cabecita/ no me dejaste perder.  La casa de la vecina/ donde te fuiste a caer/ munida de su tijera/ nos tuvo a mal traer.  Antigua pelota Pulpo/ otra vez te quiero ver/ para ponerme a jugar/ y aquel tiempo detener.

 

Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta

 

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