Viedma: Viejo gualeguay, resguardo de juventud en otras décadas y queribles personajes

Un centenario gualeguay que todavía se yergue fuerte y bien plantado en la esquina de las calles Colón y Buenos Aires, pleno centro de Viedma, ostenta por derecho propio la representación de haberse constituido en el más genuino símbolo de encuentro cotidiano de quienes desde el año 1917 hasta su cierre en la década del 70, asistieron a las aulas de la Escuela Normal Mixta para obtener el título de maestro.

Habrá otros de su misma especie, más longevos, con otra impronta más exuberante, pero amigo leal, solidario e insobornable como éste, que esperó nuestra llegada durante centenares de jornadas, a manera de un manto protector, soportando todos los climas como obligado hito previo a las aulas, lo torna el privilegiado de nuestros afectos juveniles.

Todavía hoy, habiendo transcurridos algo más de sesenta años, de que nos convirtiéramos en maestros, cuando se fortalece la primavera, como ahora, el inconfundible aroma de los tilos parece que me transportara en un viaje imaginario a mi época de estudiante donde compartí el escenario de la plaza en plenitud.

Allí está el gualeguay, es el mismo de siempre. Pero han cambiado los tiempos y muchos de mis compañeros y compañeras ya no están con nosotros, fueron quedando en el camino. Viven solamente en el recuerdo eterno que guardamos de cada uno de ellos.

Nosotros fuimos los egresados de 1957 -que todavía nos reunimos una vez por año- quienes estábamos transitando los años mejores e irrepetibles año de la vida, pletóricos de ideales e inquietudes, dueños de un optimismo arrollador en la búsqueda del mejor camino para nuestros sueños.

El gualeguay seguramente percibió entonces, una forma antojadiza de decir, las miradas cómplices de parejas todavía distantes, algunas veces el dolor de un amor no correspondido, o la travesura de alguna cita inocente.

Es como decía Nicasio Soria, un exalumno y docente de la década del 40, en una de sus mejores poesías, que en el entorno al gualeguay “había un amor en cada nido”.

Todo este mundo de guardapolvos blancos, que se derramaba cruzando la calle hasta la vereda de casa, compartía momentos con los choferes de taxímetros, los vecinos Baffoni y Massinari y algún otro, los temas de actualidad.

Pero sin duda el momento esperado por los estudiantes consistía en participar en las apuradas “clases” que dictaba el Dr. Mario Cámpora, un abogado del foro local de inteligencia y memoria excepcionales que respondía cualquier pregunta que se le formulara, aún sobre los temas más ignotos.

Fueron momentos de fumar los primeros cigarrillos y escuchar versos dificultosamente escritos y leídos en forma vacilante, preocupase por ir al picnic del estudiante en la Chacra Experimental de Patagones y comentar las novedades ocurridas en la “vuelta del perro”, antiguo paseo pueblerino en la calle Buenos Aires que se realizaba dos días por semana entre las 19 y las 21 horas, amenizado con músicas de discos, experiencia que culminó en la década del 60.

En esos momentos del calendario y próximos a obtener el título de maestros, se encontraba funcionando la Convención que dictó la constitución de 1957, a cuyas sesiones, algunos alumnos, entre ellos quien esto escribe, éramos frecuentes visitantes para escuchar los debates y conocer a los tribunos del pueblo de la provincia de Río Negro.

Eran instancias preelectorales, ya surgían las diferencias entre los sostenedores de la educación pública y la educación privada que nos convocaron a las manifestaciones y actos públicos respaldando una u otra posición, positiva gimnasia para la introducción a los jóvenes en la preocupación por las cuestiones públicas.

En ese tiempo la ya histórica disputa con la ciudad de General Roca, por la permanencia o no de la capital de la provincia en Viedma, me hizo inclinar decisivamente hacia la participación activa en la política partidaria, que comencé en esos agitados días enrolado detrás de las figuras de Edgardo Castello y Arturo Frondizi.

Todos aquellos acontecimientos y otros que he vivido intensamente, en vez de alejarse de mi conciencia tienen cada día una renovada presencia y me complace recrearlos en estos momentos del  tramo de la tercera edad, experiencias del pasado local y regional que como testigo, y sobre todo hoy como periodista, tengo la obligación de hacer conocer.

 

Texto: periodista Omar Nelson Livigni, director de la agencia de noticias APP, de Viedma

 

Título original de la nota: La plaza Alsina, el gualeguay y el aroma evocativo de sus tilos

 

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