Una crónica para el guanaco, el señor de la estepa rionegrina y de otros lugares del país

Centauro de leyendas, sofrenando el galope por los escoriales, orejas alertas en la estepa, por las mesetas en las planicies; mangrullo viviente en la escarpada costa marina, donde el mar de un azul infinito se repite incesante como tu especie vulnerada.

“Lama Guanicoe” por los montes, atisbando el horizonte con ojo avizor entre las largas y curvadas pestañas, cuidando la manada de hembras, buscando por instinto ancestral y memoria genética el abrevadero para saciar la sed urgente cuando el sol canicular de la Patagonia agobia y fatiga.

Relincho arisco en el labio leporino, jugando a las escondidas entre entre jarillales y calafates, cérvido cuasi, camélido pequeño, dejando las huellas de tus pezuñas partidas como en las grecas que otrora se plasmaron en los petroglifos y las piedras tutelares, en las labores de las matras tan antiguas como tu especie o en la impronta estilizada de las cuevas.

Tótem y linaje para las familias que perpetúan tu nombre en el abolengo de sus apellidos originarios. Bravo, astuto y ligero cuando acosan los predadores, ecuestre y vulnerable arriba de los cerros cuando se recorta tu figura enmarcada por el sol a contraluz.

Hueque o luán, yoom, amrua o naú, por los faldeos de las montañas con tu pequeño rebaño, con sus colas cortas y curvadas por los desérticos y ardidos arenales, arañadas sus verijas por las ramas de las plantas espinosas y ralas del monte. En la trampa aleve de los desfiladeros donde te aguarda la muerte sangrienta que impone el cazador.

Ya chulengo, en el quillango laboreado con los otros dibujos del panteón de tus dioses tutelares, en la ruca del mapuche, en los tientos, en los raspadores, utensilio útil, en la vestimenta de las mujeres de tu pueblo, en el tendón tensado por el brazo fuerte del guerrero; sabrosa tu carne cocida al calor de las piedras; en la bezoar que usan sabiamente las machis  o ya convertido luán, en la figura estelar de las altas constelaciones donde está el Paraíso.

Guanaco, está tu carne magra, está la esquila donde no se te estresa, la fibra de tu pelo que las artesanas elaboran con sus manos, y finalmente el producto de alta calidad que abriga y viste como una gala ecológica y que algún día será “marca de origen”.

Guanaco, postal viva de la meseta, entre los pedreros, en la lomada, hierático y silente cuando el sol tramontano camina hacia su ocaso, vigilante, de orejas atentas, de ojos abiertos y grandes, rumiando siempre un tiempo antiguo y diferente, un hábitat de libertad.

Guanaco, de vieja estirpe patagona, linaje de los Ahoniken, tótem de los pueblos preexistentes, compañero del hombre aborigen que te supo querer y respetar.

Guanaco, fuiste comida y abrigo, arte en las pinturas rupestres, airoso galopando en busca de una libertad sin fronteras, donde todo el aire era tuyos y también las aguadas y los pastos.

Respeto tu relincho arisco, las huellas de tus pasos, tu amistad cuando el hombre te aguacha, y sobre todo tu inocencia que no conoce la maldad del cazador que aleve descarga las balas su fusil en una lucha desigual y no por necesidad sino por “deporte”.

Guanaco, por el Gualicho sombra errante de un tiempo distinto, por los pedreros, tal vez acosado y herido de muerte por la bala del cazador la buscar el remanso de las corrientes de agua o para morir protegido y preservado con la misma dignidad solitaria que también solemos tener los hombres, ya no tus predadores, sino tus amigos.

Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta

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