Perfiles de la Meseta de Somuncurá. Pobladores viajan del mito a la realidad y viceversa

 

La Meseta de Somuncurá necesita el aedo que cante su gesta, que la nombre con palabra poética y con el epitafio ercillano por toda glosa.

La meseta donde las piedras hablan es el reino del basalto y del coirón, de los cañadones abruptos, de la inmensidad y del silencio, es un horizonte –al decir de Freddy Masera- en movimiento, un llamado de remotas edades al acecho.

Allí habitan al decir del poeta Edgar Morisoli “Pueblos de adobe salitroso/ junto a la sombra de los chenques; / esquiladores y choiqueros/ pirquineros de mala muerte. / Muchacha de los quinchos/ allá por Arroyo Verde/ ¿Quién te corteja sino el viento/ por los chilares del poniente? / Tenías ojos de chulenga/ y un asombro de miel silvestre”.

En la meseta se perpetúan las viejas tradiciones y se anidan las leyendas al alma de los hombres porque sus pobladores viajan del mito a la realidad y viceversa. Por eso los anchimallenes encienden la noche de luces agoreras; por eso la piedra rodadora camina dejando su rastro fatídico en los arenales; por eso la tropilla invisible del Señor de las Aguas abreva en la laguna Azul.

“Recuerdo –escribió Morisoli- un toro herido bramando en Somuncurá/ y en su balido ardían las entrañas del cielo. / Tres lazos lo amarraban contra la piedra oscura/ y un cuajarón de sombra le iba trepando el duelo. / Don Andrés Huircaín lo degollaba/ casi piadosamente, / y asperjaba esa tierra nevadora y doliente/ con la caliente sangre que manaba”.

Costumbres y viejos ritos, corrales de pirca, leña de piedra ardiendo en los fogones, picana de avestruz a las piedras calientes, el colorado y el zorro gris entrampados, el puma empacado en los riscales, los cóndores oteando el horizonte con ojo avizor, los pilquines curiosos, las espinas de las tunas temibles, las cortaderas, las verbenas, los pilares de monedas, los puesteros, las mujeres ahítas de trabajos y labores de hombres, y sobre todo el silencio, ese viejo silencio espeso sobre el alma de todos los seres vivientes que viven arriba en la mesada.

César Currulef no quería darle tregua al olvido, por eso escribió: “Siempre recuerdo las lunas que pasaron// edades misteriosas, la luna en las mesadas/ sobre las piedras grises, en el basalto/ sobre el lomo del guanaco/ acompañando el paso del pilchero.  Recuerdo siempre los kempen y taiel/ antiguo canto mío y tuyo Manuel “diez ríos” Marileo.  Por eso lo traigo a la memoria pa favor de todos.  Del mensual, el escribiente, las tejenderas, los ancianos/ pa favor del soguero del tirador de leña/ del ovejero, el domador, / los chulengueros… innumerables vidas. / Esperanza del Peñí, encogido en los años, agregado en su tierra”.

La meseta curte el alma de sus pobladores y va templando su corazón contra todas las contingencias. Porque allá arriba todo es distinto: el silencio que habla, el carácter recio y empecinado, las rogativas a las piedras augures, el balido de las chivas, los yeguarizos, los guanacos, el cielo, porque arriba de Somuncurá hasta el cielo es otros y sus estrellas se pueden tocar con las manos.

Y pensando en las machis del Anecón se pregunta Currulef: Cómo poder escribir en el viento/ cómo poder escribir/ en el desierto/ por las comarcas/ donde fuiste/ sacerdotisa/ de tu misma gloria. Hoy sé que los caldenes/ y alpatacos/ el pañil/ que los guanacos/ centauros de leyendas/ relinchan sofrenando el galope/ para fijarse en vos. / Machi paisana de mi sangre/ Mahuida estás/ planicie adentro.  El Somuncurá sabe de tu gloria/ y el Anecón en las noches/ te vio llorar en la derrota… / Diosa de los aduares/ celebrante en el rehue/ tótem viviente/ del pueblo mapuche/ hijas del sol/ veneradas machis de Anecón/ agoreras por fuego y ceniza/ rezos de las viejas/ veneradas machis del Somuncurá”.

“Arena y más arena/ piedra y piedra/ campos exiguos, tierra flaca/ el agua esquiva/ salitrosa, el pasto ralo/ y ese más allá que le codiciaron/ los que hicieron el mendo y su reparto”. Así canta Edgar Morisoli, poeta insigne de La Pampa.

Mi amigo, el talentoso artista plástico de la comarca del Valle Inferior, Rodolfo Mastrángelo, sabiendo de mi amor por la meseta me regaló su cuadro, donde se aprecia un puesto de la Meseta de Somuncurá: un destino para respetar y conocer.

 

 

Jorge Castañeda

 

Escritor – Valcheta

 

Cuadro: Rodolfo Mastrángelo (Viedma)

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