Un Valcheta que se fue. Noches de guitarreadas, serenatas y música en viejos sitios

 

 

Hay viejas fotos ya amarillentas que nos hablan de un Valcheta que se fue. Irremediablemente. Con nuestros sueños jóvenes, nuestras vivencias. Pero como dice la canción: “Uno siempre vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida.”

Noches de guitarreadas y de serenatas, los viejos locales, el salón de Tigre antes que aquel temido tornado lo derrumbara, el bandoneón de Gerónimo, Aníbal caminando por las calles, los muchachos del Suco-Suco y de la Agrupación Juvenil, los bailes meta pasodoble, el maestro Gasparín, Los de Córdoba, la guitarra mágica de Eduardo Gómez, Julián Asconapé paseando en el Chevrón, la planta de fluorita trabajando a full, Manuel Marileo en el Chevrolet 400 celeste, los primeros barrios IPPV, las carnicerías, las fiestas en el Libanés, la Tablita, Gamero, el dentista Ostrovsky, Irma Uircaín y la Agrupación Vallecito, los asados populares en la ribera del arroyo, las anécdotas en la estación cuando pasaba el tren, los diarios y revistas de Buenos Aires en el negocio de Said Mortada, Egidio con sus tachos vendiendo la leche casa por casa, las viejas panaderías y los albañiles de aquellos tiempos, entre ellos mi padre. Todo, todo pasó y se fue.

La balandra, las canciones de moda del Chango Rodríguez, los bailes en Chanquín, las fiestas de fin de año, el padre Groebel andando en bicicleta y el padre Rafael Salam iniciando el actual templo, los comienzos del Banco Provincia, de la escuela secundaria, los primeros profesores que vinieron de las provincias, los partidos de fútbol con el clásico entre Tigre y Quilmes, las funciones de cine en invierno o verano con el Elio chiquito, las noches en Play Boy o Bigotes hasta la madrugada y hasta las peleas de box que atraían multitudes. Toldo, todo pasó y se fue.

El Hotel Marón con sus parroquianos y el de Rada en la esquina. El Gaucho despertando tradiciones, las calles de tierra donde pasaba el regador, la heladería artesanal de Yahuet, los bares tradicionales llenos de gente, las canchas de bochas con sus venta de bebidas al copeo, la práctica del básquet al aire libre, la propaladora callejera, el viejo surtidor de don Jacinto Direne, los antiguos comercios de ramos generales donde se podía comprar de todo y hasta productos sueltos en bolsitas de papel y con los caramelos de yapa. Todo, todo pasó y se fue.

La estanciera de Lázaro, Alfonso Román y Héctor Muñoz con sus fotos en cumpleaños y casamientos, Romero y Vicenta deambulando por las calles, el agrimensor Mirovsky en la Casa de Piedra, la disquería de David Carranza cuyo edificio todavía está en pie, las panaderías tradicionales con horno a leña, las cocinas económicas y las salamandras atemperando los fríos despiadados de aquellos inviernos. Todo, todo pasó y se fue.

Las noches con las salidas a cazar perdices a la luz de los faroles, los juegos de cartas y de dados, las loterías familiares, los corsos a pura agua y serpentina, la peluquería de Yeber, el famoso bar de Jalil, los injertos de Angelito Bellini, las chacras cercanas, la pista de aviación. Todo, todo ha pasado y se fue.

Cada foto encierra nuestros recuerdos. De alguna forma son la memoria de nuestro pueblo, de su gente, de su trabajo y de sus diversiones. Y en ellas quedamos presos del pasado. De un tiempo que tal vez por ser jóvenes era más feliz… O eso pensamos.

 

Jorge Castañeda

Escritor Valcheta


Nota difundida el 11 de diciembre de 2014

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