Crónica de una tragedia que no fue: El rescate de dos chicos y una mujer arrastrados por el mar

 

 

El domingo 5 de marzo de 2017 quedará marcado para siempre en mi memoria como el día de la desgracia que no fue.

Transitaba la tarde apacible disfrutando del sol y la temperatura agradable en la playa “El Espigón” (a 45 kilómetros de Viedma), no había mucha gente, unos cuantos pescadores, los surfistas de siempre y algunas familias que entre mates y juegos pasaban la tarde.

El mar comenzó a subir y las mejores olas llegaron. Los surfistas se lanzaron mar adentro y quienes quedamos en la costa admirábamos su habilidad disfrutando a la distancia con lo divertido de ese juego, sin imaginar lo que estaba por suceder y lo importante que sería saber jugar con las olas.

El mar continuó su crecida y ya no fue posible bañarse, al bajar a la playa la profundidad era de 50 cm, pero la violencia de las olas al impactar con las rocas atemorizaba al más valiente.

La velocidad del agua en su carrera impactaba con una fuerza tal que provocaba salpicaduras de cinco o seis metros ofreciendo un espectáculo visual y fotográfico único.

Las olas eran cada vez más grandes y la furia del mar intimidaba aún mirándolo desde la altura del puente.

La tarde avanzaba y el mar casi llegaba a su máxima altura. Muchos ya se habían ido y nosotros nos disponíamos a hacer lo mismo cuando sorpresivamente, o no tanto, toda la playa se revolucionó. Varias olas muy grandes habían subido a la roca mayor ocasionando tropiezos.

Nos detuvimos a conversar mirando el mar, cada vez más intenso cuando de repente otra ola gigante inundó por completo la roca mayor provocando gran desparramo.

Un caos indescriptible avanzó desde ese lugar como la onda expansiva de una bomba.

Pescadores cayeron al suelo, conservadoras, cañas, ojotas, todo lo arrastró el agua en su avanzar impiadoso.

Dos hermanitos fueron derribados y arrastrados por la fuerza de la ola roca abajo. Una chica fue arrastrada y en afán de salvarla su novio se arrojó sobre ella cayendo también al agua. Las olas golpeaban salvajemente. Algunos corrieron y se tiraron buscando salvarlos de morir ahogados o molidos a golpes contra las piedras. Corrieron con sus tablas los surfistas, también se lanzaron al agua.

El mar hamacaba incesantemente las botellas, reposeras, conservadoras … y una decena de personas que luchaban por salvarse de la muerte. Una ola gigante se elevó mostrando, como en un puño, su captura. Creímos que todos irían a estrellarse contra las rocas pero por milagro no fue así. Llegaron los surfistas y fueron la salvación para todos.

Lograron subir a uno de los nenes a la tabla, luego al otro, alguien arrastraba con dificultad a la chica y su novio nadaba con desesperación. Las olas que parecían enemigos insaciables mostraron su lado amable llevando las tablas con ligereza y suavidad hacia la playa.

El primero en salir fue uno de los niños con el brazo enyesado, envuelto en llanto y desesperación, me tocó recibirlo en la orilla y cargarlo unos metros. Su corazoncito latía de un modo que parecía iba a salirse del pecho. Tratamos de calmarlo. Llegó su hermanito. Ambos cortados y sangrantes se estrecharon en un abrazo conmovedor y se quedaron acurrucados y muertos de miedo.

-¿Con quién estaban? –Mi papá, mi papá-fue la respuesta.

Pasó la chica, golpeada y con un ataque de nervios que no la dejaba respirar, atrás su novio también ensangrentado.

Minutos después lograron sacar al padre, que aturdido vino al encuentro de sus hijos.

-Ya está, ya está- atinamos a decirle. Los acarició. Se agachó y quiso abrazarlos en cuclillas.

Los surfistas preguntaban a quienes estaban más arriba, si aún había alguien en el mar. Ya no había nadie. Todos estaban a salvo.

-Ya pasó campeón, están todos bien, la sangre solo es por los raspones- Se me ocurrió decirle mientras le daba una palmada en su espalda mojada.

En ese momento se puso de pie y me abrazó de un modo indescriptible.

–Necesito abrazar a alguien!!- Me dijo al oído. – Pensé que se me morían los chicos.

Nos apretamos con fuerza, descargó toda su tensión sobre mí y yo compartí su descarga y sus nervios, que también, salvando las diferencias,  eran los míos aunque solo fui un mero espectador.

Finalmente, cuando ya todos estuvieron más calmados y recibiendo las primeras curaciones gracias a un botiquín que tienen los muchachos del surf, partieron hacia la sala de primeros auxilios de “El Cóndor”.

Esto que sucedió y de lo que me tocó ser testigo, pudo haber terminado con más de un muerto ante la mirada expectante de varias decenas de personas. Y lo más preocupante es que no es la primera vez que sucede. Un día antes ocurrió lo mismo con un hombre que fue rescatado por los surfistas.

Minutos después de que todo se calmó, menos el mar que estaba cada vez peor, uno de los rescatistas con traje de neoprene todavía puesto tuvo que correr por los puentes a pedirle a cinco pescadores que aún estaban en el lugar más peligroso que volvieran.

Volví a Viedma movilizado por todo lo ocurrido y sentí la necesidad de escribir estas líneas para reconocer y valorar la habilidad de los surfistas ya que sin ellos probablemente el final hubiese sido otro. Y además que funcione como llamado de atención para quienes subestiman los riesgos, ya sea en la naturaleza, en la ruta, o en cualquier situación de la vida.

El llanto de esas personas, la desesperación de los que intentaban sacarlas y los nervios de quienes mirábamos es algo que no olvidaremos ninguno de los que estábamos allí.

Por suerte cayeron hacia donde todos mirábamos. Por suerte estaban los surfistas. Por suerte todos están bien. ¿Será suerte? ¿Será Dios? ¿No era su hora?

Poco importan esas respuestas. Lo realmente importante es que en un segundo, lo que es disfrute y alegría, termina en tragedia.

Hoy no fue, pero tratemos de no tentar a la muerte y aferrarnos a la vida.

 

Juan Agustín Moggio

DNI:27.602.022

 

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