Todos los pueblos tienen personajes que dejan su impronta por ser diferentes, ya sea por sus ocurrencias (a veces disparatadas), por sus comentarios o por lo insólito de algunas de sus conductas. Se los suele tildar de locos. En realidad, es gente que ve o transita la vida desde otros planos. Algo de esto sucedía en El Maitén con José Argentino Mariguán, quien deslumbraba por su capacidad innata para dibujar trenes y también para tocar la guitarra y cantar.
El Maitén, vecina localidad chubutana, está atravesada por La Trochita, el famoso tren a vapor, de trocha angosta, que es el deleite de quienes lo ven y ansían ser transportados por esa locomotora que corre arrastrando antiguos vagones de madera, entre Ingeniero Jacobacci y Esquel. No es antojadizo decir que está “atravesada” la ciudad. Las vías pasan por el centro y allí se encuentran los talleres y una plaza de maniobras, ya que está ubicada casi a medio camino del recorrido. Según cuentan, José andaba por los andenes, solitario y silencioso dibujando la locomotora y sus vagones, también con su guitarra y una armónica, interpretando canciones, algunas de su autoría.
Como esas florcitas silvestres, que nacen y están allí para adornar y aromar la vida de quienes se acercan, así era este joven. Huérfano a temprana edad, vaya a saber por qué extraña inspiración o cómo le nació ese pulso para guiar un lápiz sobre un papel y dejar plasmada la silueta de un tren. Sería imposible que la sensibilidad de un niño no sea captada por esa inmensa oruga de madera y hierro, haciendo sonar su silbato entrando al pueblo. Se dice que alguien “queda en la vía”, por algún mal paso o por mala fortuna. Para José Argentino Mariguán, “quedar en la vía” significó una manera de afrontar la vida. Padecía algún retraso, pero su capacidad y la solidaridad de los vecinos lo ayudaron a desenvolverse y poder transitar la vida. Una especie de “regalón”, al que algunos alimentaban, otros daban ropas y los médicos curaban. Las manos voluntariosas de algún vecino lo ayudaron a adaptar su bicicleta con una tercera rueda, para andar sobre las vías. El rodado normal marchaba sobre un riel, y la rueda auxiliar, sostenida por un brazo especial, lo hacía sobre el otro. En las duras épocas de cierre de ferrocarriles, La Trochita no fue la excepción. Dicen que José iba por el pueblo, con una locomotora de cartón, la cual se calzaba sujeta a su cuerpo y así andaba las calles, simulando ser ese ansiado tren que no corría por las vías.
En el museo de la estación de El Maitén, entre variados elementos que hacen a la historia de este particular ferrocarril, se encuentran algunas de las cosas de José. En un rincón, dos pedazos de rieles sostienen a su bicicleta y en las paredes se pueden ver algunos cuadros con sus dibujos, mientras que en los alrededores, las paredes dibujadas con trenes, con la firma de este muchacho, al que algún duende, en una noche silenciosa, lo poseyó con el don del arte. De música y dibujos. También se puede ver su guitarra, esa con la que acompañaba sus canciones, apareciendo entre los vagones o llenando de melodías las horas del andén, “haciendo la moneda” para sobrevivir. Solía ofrecer paseos por las vías con su bicicleta.
Un día llegó al hospital una vecina, alarmada por la falta de movimiento en la modesta casa que habitaba José. Con pesar, un médico constató el deceso. Las precarias condiciones en que transitaba su vida, habían hecho mella en su salud. Se durmieron para siempre sus manos, ya no pintarían o dibujarían, tampoco rasguearían la guitarra. Su voz potente y su sonrisa tierna, sin maldad, se harían recuerdo. Un centro cultural y el escenario de la fiesta de su pueblo llevan su nombre. Un reconocimiento de sus vecinos, para este muchacho que, con sus vuelos, fue como un rayito de luz que se filtra por debajo de la puerta, una brisa que se cuela por las hendijas de la vida, sacudiendo la modorra de las almas, invitando al arte, montado en un tren. Un autodidacta que miraba la vida desde otra perspectiva.
Hay personas que pasan como pequeñas mariposas, que se posan en una flor y, de repente, se esfuman, se las bebe el aire, dejándonos a todos aquí en el suelo, con esa sensación de que nada será igual después de su partida. Tal vez algún alma sensible, al cruzar las vías o al transitar por la estación de El Maitén, sienta enredado en el aire el sonido de una armónica y el rasguear de una guitarra, o hasta ver cómo una pared se va coloreando con la silueta de un tren. Seguramente será José Argentino Mariguán, que ande negando olvidos.
Texto: Edgardo Lanfre, Bariloche