Ingeniera nuclear estudió en Río Negro, trabajó en Francia y regresó a la Argentina

Para Julieta Romero, de 35 años, ingeniera y artista argentina, su profesión y su pasión caminan de la mano: “La energía nuclear, como el dragón, tienen el potencial de ser terrible o increíble”

Julieta desenfunda los lápices, duda por un instante y elige el verde. No lleva prisa, pero su ritmo demuestra que conoce cada movimiento de memoria. Primero un trazo, luego otro, y de a poco se conforma la figura de un dragón, aquellos seres mitológicos presentes en la cultura griega y asiática que guardan la capacidad de ser destructivos y malévolos, al mismo tiempo que nobles y benéficos, las mismas características que observa en la energía nuclear, el área en el que trabaja hace más de una década. A los pocos minutos, su mano derecha se detiene. Ya está lista la más reciente obra de esta ingeniera que vela por la seguridad de Argentina y siempre mantuvo activa su doble pasión: el arte y la ciencia.

Romero (Quilmes, 35 años) se recibió de ingeniera nuclear hace 12 años en el prestigioso Instituto Balseiro, ubicado en Bariloche, Río Negro, en la fría Patagonia. Hace años se especializa en seguridad nuclear y acaba de regresar a Argentina tras vivir dos años en París gracias a un convenio entre la empresa estatal que la contrata en Buenos Aires, Nucleoeléctrica, y la Asociación Mundial de Operadores Nucleares (WANO, por sus siglas en inglés), donde se dedicó a estudiar las centrales nucleares europeas, en un contexto marcado por la invasión de Rusia a Ucrania y las amenazas de posible explosión en la central nuclear de Zaporiyia, la más grande de Europa.

Como experta en seguridad nuclear, se encarga de analizar todos los accidentes posibles que pueden ocurrir en una central para evitarlos. “Una explosión como la de Chernobyl es el peor escenario, pero hay escalas. Un accidente también es un operario que cae de una escalera, aunque no tiene influencia en la seguridad de una planta”, explica. “Mi trabajo implica estar preparada para situaciones que ojalá nunca sucedan”, reflexiona Romero en una entrevista con América Futura.

En Argentina hay tres centrales nucleares: Atucha I y Atucha II y Embalse. El país aparece entre los líderes de la industria nuclear internacional, considerada “limpia” o de bajo impacto ambiental, por su capacidad de suministrar electricidad a enormes escalas, pero con menores niveles de contaminación que otras energías por los gases que aportan al efecto invernadero.

Romero dice que en el país aún hay mucho por hacer, pero valora el lugar que ocupa Argentina y destaca el proyecto del reactor de la Central Argentina de Elementos Nucleares, del que podría haber un prototipo para 2026 y permitirá abastecer de energía eléctrica a zonas alejadas de los grandes centros urbanos y a polos industriales. “Servirá para aportar energía a la red eléctrica”, resume

Además, la ingeniería nuclear tiene múltiples aplicaciones, más allá de la orientación en energía, como la investigación en radioprotección y la seguridad de quienes están expuestos a radiación por someterse a una radiografía o por realizar tratamientos prolongados de medicina nuclear contra el cáncer.

Crisis existencial, arte y la varita mágica de la pasión

Cuando tenía 17 años, Romero tuvo una crisis existencial. Tenía que elegir una carrera, pero ninguna opción la seducía por completo: la cautivaban desde niña las ciencias duras, en especial las matemáticas y la física, pero no podía dejar de lado su amor por el dibujo, que brotaba en pinturas por toda la casa de sus padres. “Me preguntaba cuándo me iba a tocar a mí la varita de la pasión”, cuenta.

Nacida en Quilmes, un distrito ubicado en la provincia de Buenos Aires, cuando era pequeña se mudó junto a sus padres a Bariloche, donde funciona un Centro Atómico y se encuentra el Balseiro, fundado en 1955 durante el Gobierno de Juan Domingo Perón y considerado uno de los centros de estudio e investigación más importantes del mundo en Ingeniería y Física. “Llegué de casualidad. Siempre me gustó todo lo que tenía que ver con la ciencia y la biología. Era muy curiosa, de allí mi interés por la física, por cómo funcionan las cosas, quería saber el porqué. Me hacía preguntas que me rompían la cabeza”, dice entre risas.

Con más dudas que certezas, Julieta decidió estudiar la Licenciatura en Física y mantener al arte como una afición, aunque lo desplegaba a toda hora. “No puedo parar de dibujar, me pierdo durante horas, me fascina, es lo único que me permite escapar espacio-temporalmente”, narra.

Para ingresar al Instituto le exigían dos años de estudio de Ingeniería, sin importar la orientación. Allí le cambió el mundo. “Comprendí la ingeniería sirve para entender el para qué de las cosas y ayuda a resolver problemas. Y eso me explotó la cabeza por segunda vez”, afirma.

La pasión por el dibujo y el amor por la ingeniería caminan de la mano. “En la ingeniería uso instrumentos del arte todo el tiempo, es una herramienta, pero también sirve como inspiración para explicar con un dibujo por qué un gato cae parado. La ingeniería nuclear también es un arte, es poesía”, sintetiza, apasionada.

El estigma de “una carrera de hombres”

Julieta enfrentó todo tipo de piedras en el camino para convertirse en ingeniera nuclear. “Me decían que era una carrera de hombres, que no era para mí. Me veían dibujando en los recreos y me decían que vaya a estudiar arte”, recuerda. Además, el componente machista no era un aspecto menor, en un área donde la mayoría de los profesionales son hombres. “Mi novio de aquella época, que rindió el examen de ingreso conmigo y reprobó, me llegó a decir que yo había entrado porque necesitaban que haya un cupo de mujeres”, relata.

En una charla que dictó años atrás lo resumió en pocas palabras: “Me di cuenta muy rápido que siendo mujer iba a tener que demostrar constantemente que merecía estar donde estaba”. “El mundo nuclear está lleno de gente muy grande, después de Chernobyl hubo toda una generación que no quiso estudiar nada vinculado a esto”, explica. Ahora, aunque observa cambios positivos, cree que siguen existiendo prejuicios que alejan a las mujeres de carreras “asociadas a los hombres”.

El amor por los dragones y una vida “bipasional”

Julieta perdió la cuenta de la cantidad de dragones que dibujó, influenciada por el amor hacia la obra de Ciruelo, el artista plástico argentino y referente del género fantástico. De chica lo copiaba y luego comenzó con sus propias creaciones. Algunas de sus obras fueron expuestas en las oficinas de la WANO en París y hace pocos días culminó una muestra de Kaiju —monstruos gigantes— en una galería de arte porteña donde estuvieron muchos de sus originales.

Recién recibida, aprovechaba cada viaje en colectivo para estampar su arte y obsequiarlo. Calcula que llegó a regalar más de 200 dragones. Julieta se define como “bipasional” y aclara que la ingeniería, al igual que el dibujo, consiste en desplegar la creatividad. “Ante un problema se pueden seguir todas las reglas, pero sin abrir la cabeza no se encuentran las mejores soluciones”, enfatiza.

La argentina abre un cuaderno y pasa las hojas con velocidad. En cada una hay un dibujo. A cada página, un dragón colorido, un boceto, una idea o los trazos de su próximo movimiento artístico. “El dragón —piensa en voz alta— es poderoso, pero yo lo veía noble. Tiene el potencial brutal, pero a la vez, sabiduría y entereza. Y así me parece que es la energía nuclear: tiene el potencial de ser terrible o de ser increíble, pero es una energía muy noble porque es limpia”.

Fuente El País, España

Título original de la nota: Julieta Romero, la ingeniera nuclear que pinta dragones: “Me decían que era una carrera de hombres”

 

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