¡Qué bonito es Chipauquil! Tierra de leyendas y de un ejemplar único en el mundo

 

Tierra de leyendas, hábitat de la “mojarrita desnuda”, donde el arroyo nace de vertientes como lágrimas de la gran meseta del Somuncurá, acequias y canales, sauces y mimbrales, paisaje donde la naturaleza fue generosa, parador de los antiguos tehuelches, arcadia escondida en plena meseta, con “La Horqueta” donde los diferentes brazos del Valcheta se unifican, con los viejos pobladores, con huertas y jardines, con la leyenda de la “piedra que camina”, con el pequeño centro poblado donde la Escuela Hogar Nº 76 tiene más de 90 años alfabetizando al paraje, donde atrás del destacamento de policía la mojarrita (ejemplar único en el mundo) se enseñorea en pequeños cardúmenes, que nace sin escamas y es un relicto de la época terciaria.

Donde por primera vez se sembraron forrajes y verduras, donde en la estancia “El Rincón” es la puerta de la gran meseta, donde aún perdura alguna tapera que fue comercio de ramos generales y un canal de agua pasa por dentro de la edificación, donde hay botellas con bebidas de otros tiempos, hay pesca de truchas salmonadas y los asados hacen rueda para recibir al forastero.

Chipauquil, donde hay un rico venero para los músicos acordeonistas, payadores y guitarreros, donde el sol de los veranos madura los racimos y donde entre coirones y maciegas el agua corre fresca y cantarina.

Chipauquil donde quedó la leyenda del caballo “Bomba” tan entendido como un ser humano y que cronométricamente siempre tardaba el mismo tiempo para llegar al pueblo. Sabio animal que indicaba moviendo su cabeza si debía su jinete pasar un guadal o no.

Chipauquil, oasis así bautizado por los antiguos tehuelches porque es “una tierra de pinturas, especialmente blanca”, a pesar de otras interpretaciones. Donde en el arroyo a la altura del paraje “Tapera de Juana” los hombres soñaron construir un dique embalse.

Chipauquil, bello paraje al decir de la historiadora Josefina Gandulfo Arce “rodeado de acacias blancas, sauces llorones, álamos de esperanza, un cielo inmensamente azul y cerros de piedras coloradas y basaltos”.

Chipauquil, donde tuvieron su paradero los tehuelches, rincón patagónico donde entre peñascos grises y piedras coloradas viene como un torrente del cielo, a 300 metros el gua de nuestro querido arroyo para que refresque los sembrados y calme la sed de los pobladores.

Chipauquil donde se avistan aves: cisnes, flamencos, patos y varias especies más. Donde se realizan labores camperas y fiestas criollas, entre el verde esplendor de su follaje.

“A Chipauquil yo le canto/ qué vergel de maravillas/ suele vestirse de verde/ cuando alguien la visita. Cuando el arroyo Valcheta/ en la Horqueta se unifica/ entre maciegas y mimbres/ todo con verde se pinta. Si tengo un rato de tiempo/ me voy para Chipauquil, son todas buenas familias/ y en el “rincón” los Ortiz. Con la escuela y el albergue/ es una tierra bendita/ a mano tiene los cerros/ y la meseta cerquita. Hasta susurran los álamos/ con los pájaros que trinan/ es un edén Chipauquil/ lo sabe quién lo visita. El paraje es un preludio/ de gente buena y tranquila/ Qué lindos son los lugares/ que tiene nuestra provincia”.

JORGE CASTAÑEDA

ESCRITOR DE VALCHETA

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